Dijo alguien: “Bolívar tumbó a los godos (como se llamaba en la colonia a los españoles) y desde ese infausto día por un tirano que había (el rey de España) se hicieron tiranos todos”.
Este verso es una de las descripciones más folclóricas de nuestra manera de ser y hacer, pero infortunadamente la que parece regir nuestro comportamiento en una nociva distracción de lo que debe realmente ocuparnos ante la gravedad de los acontecimientos que nos afectan, tanto en nuestro interior como en nuestro exterior.
El talante nuestro se está viendo modificado por visibles conflictos de interés que han sido calificados como una polarización muy dinámica en todo, que puede llevar a una tiranía de capricho.
Es muy raro en nuestro devenir que Colombia converja hacia algún propósito realmente colectivo. Los riesgos de una polarización demasiado intensa los muestran las revoluciones francesa y bolchevique. Ambas surgieron de la respuesta rabiosa popular ante tiranías monárquicas. La rabia unió a poblaciones que originalmente protestaban pero ante la falta de respuestas reaccionaron a la tiranía y en masa se volvieron tiranas.
En la Revolución Francesa lo manifestaron con la guillotina y en la rusa con fusilamientos, lo cual respalda la esencia del verso cabeza de este escrito. La Revolución Francesa evolucionó hacia la República y la rusa hacia el Soviet.
El Frente Nacional, que se nos muestra a veces como modelo, fue un acomodo politiquero de dos partidos políticos, de hecho fragmentados internamente, que dejó a una buena parte de la población por fuera del privilegio de participación política. Esto hizo que cuando culminara, cumplidos sus dieciséis años, quedara claro que no había logrado el propósito de unir, pues en política eso es flor exótica en todo el mundo, sino de civilizar el comportamiento político social normal, con el agravante de que grupos subversivos mostraron sus cabezas nuevamente hicieron que nuestra guerra interna de los treinta mil días superara la de principios de los años 90 que fue de mil días y la de Vietnam que fue de diez mil días, siguiendo gravitando parcialmente.
Nuestros períodos presidenciales se han caracterizado por la promesa de poner fin a nuestro desorden interno y en algunos casos han tenido ideas y actuaciones válidas. Pero la politiquería tiránica (la corrupción de las costumbres) convierte al gobierno en parte del desorden. Esto se hace más notorio en la inversión social de los gobiernos: el asistencialismo (el Estado sosteniendo la pobreza mendicante, en vez de promover el trabajo dinámico y libre) para poder mantener, llevadas de cabestro, las caudas de votantes. De paso, esta parece ser la razón para que Colombia haya tenido 14 reformas tributarias en 28 años, pues cada dos años hay que reacomodar esa ‘inversión’ para sostener la tiranía politiquera.
Describe muy bien el verso cuando dice que nos hemos hecho tiranos todos, pues nuestro devenir político se caracteriza por la forma impositiva como los diferentes actores de la política actúan.
La gran perdedora en este escenario es la democracia, dado que la política tiránica conduce a tremendas equivocaciones que son muy evidentes en nuestro diario devenir, cosa que se manifiesta en los caprichos con los cuales se promueven obras o programas que no resultan en su expectativa y desperdician esfuerzos, asunto muy evidente en los desarrollos urbanos, suburbanos y viales.