La mala noticia al llegar a Guadalajara, sede de la Cumbre internacional del Hábitat para Latinoamérica y el Caribe, era que el hotel donde debía quedarme quedaba a tres horas del sitio del evento. Me lo dijo un taxista, que como siempre se las saben todas, pues si bien la distancia no era larga, los trancones a esa hora de la mañana eran imposibles. Ellos escogen hoteles quebrados de sus amigotes, me dijo el taxista.
Era inaudito que estuviéramos hospedados a varios kilómetros del evento, cuya sede era la Universidad de Guadalajara, un complejo enorme con auditorios y salones y cuya mayor atracción era el museo. Me inscribí en el tour a la hora del almuerzo, nos pidieron que nos pusiéramos cascos de protección y empezamos el recorrido por salones vacíos, aquí van a estar los cocodrilos, aquí el arboreto y aquí vienen las comunidades de los barrios aledaños para reunirse y aunque el discurso estaba bien preparado y el guía hablaba orgullosamente del futuro nunca me había sentido tan simpáticamente estafada, pues los mexicanos son queridos, serviciales y bellas personas.
El foro estaba organizado en conversatorios de tres y cuatro personas, como en la sala de su casa, pero sin café ni galletas y no había oportunidad de preguntas, tampoco de conclusiones. Supuestamente, habría eventos paralelos donde se mostrarían las mejores prácticas del hábitat, pero esto nunca sucedió. Se había dicho que se podrían mostrar videos, que a veces hacen los foros más amenos y aunque en los intervalos hubiera sido posible, esta promesa tampoco se cumplió. La única opción fue repartir 300 volantes entre los asistentes, jóvenes estudiantes que habían ido a escuchar a sus profesores. Ellos los miraron interesados y no encontré ningún volante ni en el piso ni en la basura.
El Caucus de mujeres latinoamericanas había preparado una serie de eventos paralelos que nunca se dieron y una declaración en la cual trabajamos por tres días en un rincón del restaurante de corrientazos. Durante el evento ellas persiguieron a los organizadores para que les dieran el espacio prometido y finalmente nos dijeron que en la clausura la declaración de las mujeres sería el discurso de cierre, pero resulta que esta se movió para Tlaquepaque, una población donde con los trancones, el solo viaje tomaba dos horas y aunque hubo buses para el transporte los conversatorios de las mujeres los amontonaron en la última tarde y cuando llegaron a la clausura este ya se había terminado. Qué falta de seriedad y qué frustración.
La cumbre del hábitat fracasada y caótica, en una ciudad Guadalajara, cuya movilidad es imposible, sin árboles ni parques, calles llenas de huecos, ¿será que ya la ONU y sus congresos son restos del siglo pasado? Y que otras organizaciones más vitales, donde sean los milenitas con su creatividad y conocimientos, los que las organicen y le den vida a una organización que manejó la convivencia del siglo pasado, ¿pero hoy en día? Quién sabe.