Hace unos años ocupaba gran parte de mi tiempo en temas de antinarcóticos, hilando entre la reducción de hectáreas de coca, la urgencia de desarrollar el campo y el dominio de los alzados en armas. Pocas cosas me marcaron tanto de esa época como los llamados insistentes de los militares a que no los dejaran solos. 

La Fuerza Pública no pedía autorización para actuar como se les antojara, no estaban en una misión contra los campesinos, no pedían más hombres para hacer lo que se les encomendaba. Pedían que el resto del Estado hiciera su trabajo y dejaran de pensar que el camuflado y los fusiles podían resolver cualquier entuerto.

Hoy vuelvo y pienso, frustrado, en esos llamados que nunca han sido atendidos. Ni siquiera hoy cuando el mercado regional de la coca está en crisis y que el gobierno ha debido aprovechar para volcarse decididamente a transformar las regiones que solo han sabido vivir de los cultivos ilícitos. 

Tenían una oportunidad difícilmente comparable. El mayor obstáculo para lograr la sustitución de cultivos ha sido, en gran medida, matemático. Los cultivos lícitos no les brindan a las familias un sustento comparable y las cadenas logísticas dificultan la transición hacia otros productos. En otras palabras, el negocio no da igual.

Por eso ahora que el negocio dejó de ser tan jugoso con la arroba de hoja en -45% y el kilo de pasta base en -30% en algunas zonas, era una oportunidad extraordinaria para lograr la transición a otros proyectos productivos legales. Con la menor rentabilidad de la coca, era urgente redoblar esfuerzos para convencer a muchos con una alternativa que les diera tranquilidad a sus bolsillos. Pero no pasó, ni está pasando. 

El gobierno sigue esperando alguna señal cósmica que le diga cómo atacar el narcotráfico y todos sus eslabones. Tiene la erradicación por el piso, ignora la sustitución y sigue frenado pensando estrategias y planes mientras los bandidos engordan el bolsillo y los campesinos pasan hambre. 

Ya sabíamos que la visión de Petro pasaba por no usar la fuerza, no usar a los militares, no usar el glifosato y defender los usos tradicionales de la coca. Pero nunca que la máxima de su lucha contra las drogas fuera sentarse a leer las estrellas. 

Han podido empezar por algo tan sencillo como escuchar el llamado de los militares. Darles la razón en que ellos no son la solución mágica y desplegar la oferta social de todo el Estado para que las zonas rurales accedan a servicios de calidad, se integren a mercados y logren soltarse de la ley y el mercado de los ilegales. Y aunque esas acciones son necesarias y complementarias de la coerción, el gobierno no las ha implementado ni de forma aislada. 

No hay explicación alguna para que hoy las regiones cultivadoras estén a la deriva. No hay plata para comida, no hay oferta para buscar alternativas, no hay ofensiva real contra los que aprovechan los vacíos que el Estado nunca llena. La historia se repite. Cliché, pero cierto.