El tan debatido proyecto de reforma a la salud contiene una expectativa si es aprobado: la inclusión de la ‘medicina tradicional’ en los equipos territoriales de salud, aquel grupo de profesionales que visitará casa por casa. Lo que se ha sabido es que en algunas zonas del país podrían incluirse sobanderos, taitas, mamos, payés, parteras, piachis, jaibanás, yerbateros, mayores, entre muchos otros.

Respetando profundamente los saberes ancestrales y la importancia de la botánica en la química farmacéutica y en los tratamientos médicos, es inevitable sospechar que esta es una medida populista para seducir la base de la pirámide poblacional. ¿Cuáles serán los requisitos para que los curanderos y yerbateros que conocemos terminen sustituyendo a los médicos de carrera? Y lo que más me preocupa es la larga lista de aspirantes en un país en la que todo el mundo tiene alma de yerbatero. En una reunión social, no hemos terminado de decir cuál es nuestra dolencia, cuando tres señoras y un hipocondriaco con trago en la mano, estarán dando sus ‘remedios ancestrales’.

Todos diversos y cada uno, más irresponsable que el anterior. Ensaye con un hipo, un simple hipo. La anfitriona traerá una cucharada sopera de azúcar que le meterá hasta la garganta, sin tener en cuenta que usted es diabético. Otro invitado lo pondrá en posición vuelta canela para que tome un vaso de agua al revés. Lo mínimo que sucederá es que le emparamarán la camisa, la misma que lo está protegiendo de una neumonía de la semana pasada. Si esos remedios no funcionan, la reunión continúa y el hipo también, un guache le dirá que él no quería hablar en público de esto, pero que llegó el momento de contarlo: “Tu señora te está poniendo los cachos con tu mejor amigo”. Ante la combinación de ira y llanto del paciente, el guache le confesará: “Pero te quité el hipo, ¿no? Nada mejor que un buen susto para quitar el hipo. ¡Remedio de mi abuela!”. ¡Esa es Colombia! Un país donde todo el mundo cree saber más que los médicos y que tiene remedios para todos.

Haga el ensayo con un orzuelo. No sé en mi infancia cuántas veces me sobaron el ojo con cucharitas calientes y peor aún, con la cola de un gato. ¿Habrá algo más infeccioso? ¡Y en el ojo! Pero quien da la receta se siente orondo de su chamanería.

Tuve una tía que daba remedios por doquier. Incluso cuando quedó sorda seguía recetando. Un día mi papá nos comentó de su malestar con las hemorroides, esas inflamaciones en el área anal. Mi tía inmediatamente le recomendó baños de agua hirviendo con sulfato de magnesia. Mi padre, juicioso y decente, seguía en soledad y gemidos el tratamiento. Yo me imaginaba la zona avícola de mi anciano padre, entrando al agua, cual benedictinos y me estremecía. Días después, él le confesó a mi tía que la zona íntima estaba muy colorada con el tratamiento y las hemorroides seguían iguales. “¿Cuáles hemorroides Humberto? ¡Yo te entendí espolones! Y lo que tenías que meter al agua eran los pies”, contestó mi sorda tía.

Y así los ejemplos diarios son incontables. Frotar la barriga del sapo para la erisipela; el ajo para el asma, las úlceras y los malestares digestivos. Lo que sí se ha comprobado es que la mezcla del ajo con la cebolla acaba los romances indeseados, por la lejanía que comienza a tener la otra pareja.

En Colombia, cuando alguien dice tengo problemas con el estómago, las curanderas del entorno ni siquiera preguntan si es estreñimiento o, al contrario, soltura. Lo importante es dar un remedio, así sea un laxante para quien lleva tres días en el baño y que como van las cosas requerirá un corcho, como el despacho ministerial.