“No es fácil que la gente entienda por qué decidí ser una mujer trans; no es fácil que entiendan cómo me siento. Mi vida estaba construida sobre una base de arena, en la niñez se me notaban los ademanes, a veces me ponía la toalla en el pelo; intenté jugar a la mujer maravilla, pero todo eso se silenció, porque tenía una familia muy patriarcal, porque todo eso era tabú, porque tenía que ser lo que esperaban de mí”.
Esta es la voz de Solypsi Navia, una de las cuatro maestras transgénero que laboran en colegios públicos del país. Su historia es contada como un símbolo de inclusión, porque ella, luego de dos años de tránsito, pudo socializar su nueva imagen ante los estudiantes de la institución educativa Gabriela Mistral, el lugar donde antes la conocían como Carlos.
No ha sido fácil el camino para la profe Solypsi, en una sociedad que antecede la burla al respeto, cuando ve en la calle a una mujer trans y sin pensarlo la insulta o le grita ¡marica! O se queda en la superficie de lo banal y lo judicial de sus vidas tan vulnerables, sin pensar en lo que llevan dentro, en todo lo que han tenido que pasar.
No es fácil cuando primero tuvo que vivir 32 años con una identidad que no la hacía feliz. O cuando tuvo que contarles a sus hijos que ya no sería más él sino ella. O cuando se volvió experta en enfoque de género y otros conceptos para explicarle al mundo, a su mundo, por qué ahora sería mujer.
Escuchar a Solypsi es entender bien todo lo que hemos hecho tan mal frente a quienes decidieron no ser heterosexuales. Es comprender que quienes marchan contra la ideología de género deberían deponer sus radicalismos y mirar que lo que busca la tan satanizada ideología es acabar la discriminación sexual y educar para el respeto, antes que convertir a los niños y niñas en gays y lesbianas, con una varita mágica. Por fortuna, las nuevas generaciones vienen más conscientes de lo que a las nuestras les ha costado tanto entender.
Hace una semana, frente a un salón de estudiantes de Periodismo, Solypsi sacó un billete de $50.000 y preguntó: ¿Quién quiere este billete? varias manos se alzaron. Luego tomó el billete, lo arrugó, lo tiro y repitió la pregunta y se alzaron todas las manos.
Lo que buscaba la profe era explicarles cómo toda vida tiene un valor y cómo a veces las pisoteamos, las arrugamos, las maltratamos, ignorando su valor.
¿Se has detenido a pensar cuánto daño hacen las burlas, prejuicios y chistes crueles a una mujer trans? ¿O alguna vez ha reflexionado cuán difícil es serlo, en una sociedad de juicios absolutos, incapaz de entender lo que a primera vista le asusta?
Nada cambiará mientras el monstruo de la discriminación y sus mil cabezas siga dando vuelta por un mundo tan urgido de comprender al que no es igual; un mundo al que tristemente le cuesta tanto hallar una pizca de humanidad.
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