A simple vista no es fácil de detectar, porque se disfraza de una falsa igualdad, que dice abogar tanto por los derechos de los hombres como por los de las mujeres. Porque para él nunca ha existido desigualdad, ni techos de cristal, ni violencias de género, ni ninguno de esos sofismas propagados por el mundo.
No, todo eso es falso para él. Hace parte de una estrategia perversa para implantar a la fuerza una cultura matriarcal, que cambie ‘el orden de las cosas’ y oprima a los hombres. Un plan calculado por una legión de feminazis que odian al sexo masculino y que pretenden revolcar el mundo con mentiras y marchas para exigir derechos y combatir los feminicidios, otro de sus inventos.
Miguel Lorente Acosta, médico legista español, catedrático y escritor, ha definido este fenómeno de la posverdad como posmachismo: una estrategia de quienes perciben que ya no pueden defender sus ideas y valores machistas con la imposición, la amenaza y la violencia, y cuyo objetivo es generar confusión y algarabía sobre las consecuencias de la desigualdad. “La confusión que introduce el posmachismo genera dudas; las dudas, distancia al problema en cuestión, esa distancia lleva a la pasividad, y la pasividad hace que todo siga igual”.
En síntesis, lo que logra el posmachismo es desacreditar las reflexiones de un mundo que avanza en la comprensión de las profundas cicatrices que normalizaron la violencia y dejaron a las mujeres por siglos relegadas a la dependencia, la procreación, la sumisión, lo doméstico y lo accesorio.
Entonces aparecen posverdades como decir que el feminismo es el antónimo del machismo, cuando lo primero es un movimiento que defiende los derechos de las mujeres y lo segundo, una construcción cultural que revistió al hombre de una falsa superioridad sobre la mujer.
O que cuando una mujer habla con vehemencia es histérica. O que si se viste sexy algo busca y el acosador es su víctima. O que no tienen sentido del humor, como ocurrió con la ‘divertidísima’ caricatura de Matador, que en la histórica caminata espacial solo de mujeres, pintó a las dos astronautas en busca de descuentos en la luna, y de ñapa en una segunda viñeta sindicó a sus críticas y criticos de no preocuparse por las violencias contra las mujeres que a él sí le preocupan (vaya, vaya) y que en el desespero creó una tercera imagen donde pinta a las feministas ‘piernipeludas’ y con traje de Ku klux klan, el lugar común del que ataca victimizándose y provoca una confusión efectista, aplaudida por una audiencia hipnotizada por la más solemne interpretación del posmachista.
Prefiero aplaudir al sinnúmero de hombres que han entendido que esto no es un jueguito banal de supremacía sexual sino una construcción colectiva diaria, que propende por un mundo más humano; un mundo que combate las más absurdas violencias, y que camina de la mano de ella, de él, en pos de una legítima equidad.
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