Escribo esta columna, que será la primera del nuevo año, con la genuina pregunta de por qué hago lo que hago. Desde hace mucho tiempo he vuelto a pensar en las razones de esta vocación que asumí desde muy pequeño y a la cual le aposté todo en mi vida. Por qué escribo y para qué.
En el primer año como columnista de este diario y en casi diez, dedicados de manera ininterrumpida, he buscado comentar los debates de la cotidianidad y los temas que me generan interés. Escribir una columna es también dejar un registro semanal de lo que fueron los debates más agitados de nuestro tiempo, y que con el paso de los años irán siendo olvidados. Poder aportar con una mirada distinta, y ojalá crítica, a registrar lo que es relevante en nuestro tiempo y que dejará de serlo con el paso del tiempo, es parte de la respuesta que puse sobre la mesa al comienzo de esta columna. También escribo para una generación que lee menos que las anteriores, pero que cada vez asume más las responsabilidades de crecer.
Con el tiempo he entendido que escribo porque creo que es posible –y sobre todo necesario– que los ciudadanos participemos en el debate público en defensa de valores como la paz, la profundización de los derechos y la construcción de una sociedad transformada. Creo que, además, las formas en el curso del debate son esenciales a la hora de invitar a otros a tomarse más en serio los asuntos de la política. Escribo porque creo que es válido debatir sin contribuir a las peleas cotidianas del fanatismo, y porque es posible refutar con respeto y construir desde el respeto por el otro. También creo en el derecho a equivocarme, a cambiar de opinión, y a reconocer que, con el paso de los años, he tenido muchas voces. Grave sería quedarme en el mismo lugar para siempre.
Escribo y me hago responsable por lo que escribo. Cuando me pregunto por qué hago esto que hago, pienso en el enorme privilegio y responsabilidad, que es decir lo que muchos otros piensan. Sobre todo, escribir significa construir una voz durante el tiempo, capaz de recordar permanentemente las ilusiones y promesas que desde la política tantas veces nos incumplieron, denunciar las mentiras que nos dijeron y reiterar que como generación seguimos firmes en cada una de nuestras esperanzas. A todas estas ilusiones seguimos aferrados y la derrota mayor sería soltar el sueño de un país más justo y respetuoso de los derechos de todos. Aquí solo ganará quien no se rinda, quien aprenda a darle una nueva forma a sus luchas a partir de todas las desilusiones en el camino, y quien siempre pueda vivir con un propósito.
Para eso también escribo. Y empezar un año nuevo es también renovar el compromiso de seguir haciendo lo que hago, con el mismo propósito, pero también con el aprendizaje de tantos años. Escribir semanalmente sobre la turbia política colombiana es también aprender a perder la ingenuidad y a mantener la vocación de buscar desde el debate y las ideas, aportar a construir un país donde quepamos todos y donde la violencia sea superada por fin.
A los lectores que me han acompañado durante todo este viaje les agradezco porque si escribo es por ellos. Espero que este nuevo año que comienza sea uno de avances en la lucha por las libertades y de construcción de una democracia más sólida e incluyente.
Y me pregunto por qué escribo, para seguir escribiendo.