Cada vez con mayor frecuencia se repite en conversaciones y debates una frase que para muchos define la forma en que este gobierno pasará a la historia: que Petro “quiso hacer, pero no lo dejaron”. Se trata de una excusa muy similar a la que fue utilizada por los defensores del presidente luego de su paso por la Alcaldía de Bogotá, en medio de resultados que dejaron mucho por desear.

La historia no puede caer en el facilismo y el engaño, dejando al Presidente como un idealista incomprendido y traicionado por una clase política, y a los partidos como un obstáculo coordinado frente a un cambio necesario. Esa explicación no podría estar más lejos de la realidad. Si algo ha impedido que la agenda de Petro tenga un curso exitoso en el Congreso ha sido precisamente su actitud de inflexibilidad en el debate de reformas como la de la salud y la pensional, en las que insiste en que los textos propuestos por el gobierno sean aprobados por el Legislativo sin mayores cambios.

La narrativa facilista y de muchas maneras engañosa de que “Petro quiso hacer, pero no lo dejaron” desconcierta, especialmente si se tiene en cuenta que el Presidente duró más de dos décadas en el Congreso y conoce a la perfección cada dinámica de esa corporación. Ese argumento se aceptaría si viniese de un dirigente ingenuo o inexperto, pero definitivamente no tiene validez cuando se trata de uno de los exparlamentarios más reconocidos. No podrá decir que lo tomó por sorpresa que en el Congreso existan dinámicas de oposición y de sabotaje a los gobiernos de turno, si él mismo participó de manera muy activa en paros como los de 2019 y 2021.

¿Cómo fue acaso el rol de Petro como opositor ante otros gobiernos? Definitivamente, la premisa de “dejar hacer” a los gobiernos anteriores no fue un principio que rigió su rol como líder opositor. A quienes hoy repiten ese discurso hay que recordarles que la oposición que en su momento lideró Petro como senador fue, de manera comparativa, mucho más radical –e incluso aceptó formas cercanas al sabotaje que al debate democrático– que cualquiera de las acciones de la oposición que ha enfrentado ahora como presidente. De fondo es, cuando menos, contradictorio que quienes tanto destacaron su rol como opositor ahora esperen que el ejercicio de la nueva oposición sea reducido a “dejar hacer” o cruzarse de brazos ante la agenda que impulsa un gobierno.

Sobre todo hay que recordar los primeros días del mandato de Petro para entender los errores estructurales en ese enunciado que varias personas insisten en repetir. Pocos gobiernos han iniciado con tanto apoyo político como la presidencia de Petro –incluso algunos tan inesperados como los del Partido Conservador y el Partido de la U–. Luego de su victoria, a la coalición de gobierno se sumaron algunos de los más improbables amigos y aliados, algo que jamás hubiera ocurrido si los partidos estuvieran en el plan de sabotear a Petro. Aún ante el abierto sectarismo de muchos líderes cercanos al gobierno, varios de esos apoyos decisivos siguen acompañando al gobierno y, sí, dejándolo hacer. ¿Cómo es eso de que “no lo dejan hacer” pero al mismo tiempo acompañan sus reformas?

Yo lo veo de otra manera. No es que a Petro no lo han dejado gobernar: es que Petro no ha querido entender que gobernar se trata de un ejercicio de respeto por la diferencia, y de diálogo y conciliación permanente, al cual en muchos momentos ha mostrado no estar dispuesto. Y todo lo contrario a aprender la lección, en cada oportunidad que ha tenido para moderar su discurso y abrir espacios de concertación democrática, ha preferido el camino de la radicalización y el encierro.