Los efectos corrosivos del agua y las heces fecales de las palomas causaron la fractura del emblemático Monumento a la Solidaridad, que se partió en dos el 28 de abril. El tiempo le pasó factura a este símbolo al trabajo y la unión, que recibe a los visitantes en la glorieta de la Avenida Tercera Norte con Calle 34. Como le vienen pasando factura el abandono y la falta de mantenimiento a otros monumentos caleños y a tantas, pero tantas cosas en nuestra ciudad.
De hecho, el rompimiento de la estructura, hecha en fibra de vidrio por el escultor Héctor Lombana, se viralizó en móviles como una metáfora de lo que nos pasa en Cali con valores que antes hacían parte de nuestro ADN y ahora parecen tan ausentes. Como el extravío de la solidaridad, de la cultura ciudadana, del sentido de pertenencia.
La fractura de la Solidaridad también se convirtió en una alerta de lo que viene afectando a otras esculturas de la geografía local, que hablan de nuestros sentires, de lo que hemos sido y seremos, de lo que nos identifica. Como en distintos rincones del mundo, en los que buscamos esa imagen que hace parte de las postales en las que alguna vez soñamos estar. Los monumentos no son un simple adorno, para rellenar un espacio, o entregar un contrato, como en ocasiones pasa; son nuestra historia.
Y sorprende también que hoy, cuando se concentran tantos esfuerzos en uno solo de ellos, que hace parte de un proyecto macro, controvertido por su inversión y el impacto en su entorno: el Parque Turístico Cristo Rey, no se mire con responsabilidad y presupuesto las otras esculturas que lucen un abandono monumental.
Como el Monumento al Deporte, de la Primera con 57, hecho también por el cartagenero Lombana y que en imágenes recientes se ve oxidado y descolorido, además de un pozo de agua estancada en su base, sin mantenimiento. Como algunas de las gatas que acompañan al también rayado Gato del Río, a las que han debido encerrar para recuperar. Como pasa también con las trompetas de la Plazoleta Jairo Varela, tan bellas y sonoras, tan salseras y queridas, a las que una manito de cuidado no les caería nada mal.
O la Jovita, la reina eterna, que hará parte de un Bulevar, proyectado a medio plazo en la renovación urbana caleña y que merece lucir su vanagloriada belleza. O los poetas, los trasteados y despedazados poetas. La María Mulata que nos muestra el camino al mar; las Tres Cruces, invadidas por tanta antena y deterioro, que envidian en otro cerro lo que está pasando con Cristo Rey.
Tras toda la polémica dada en el estallido social con los símbolos y su historia, con la estatua de Sebastián de Belalcázar y el monumento a la Resistencia, ambos hoy parte de la caleñidad, cómo nos haría de bien reconciliar nuestro paisaje y su gente, sus fuentes y esculturas, resignificarlas y explicarlas; diseñar un tour por ellas, con potencial comercial, para locales y visitantes, para los colegios y las familias, para recorrer nuestra Cali.
Así como se gastaron tanta plata en los jugosos contratos para ponerles estructuras metálicas a los separadores viales ($14.000 millones repartidos en 7 contratistas), incluso en lugares donde a simple vista y por sentido común se nota que no eran necesarias, así debe pensarse en un presupuesto digno (no de $70 millones como está en el papel este año) para los deteriorados monumentos. ¡Métanles platica!
La diferencia en la inversión es abismal y evidente. Y la de ‘intere$e$’, claramente, también. @pagope