Es conocido entre los grandes desafíos del mundo y en especial de los países que comparten la selva amazónica, el de la deforestación que avanza a pasos agigantados afectando las condiciones que la tierra nos ha prodigado. La advertencia no es reciente, se han alzado voces desde muchos lugares y cumbres ambientales, propiciando una creciente consciencia sobre las consecuencias. El quid del asunto es cuándo se detendrá la devastación, cómo y con quiénes se protegerá la región que alberga la mayor diversidad de organismos y especies del mundo.
No es solo que la selva tenga tal riqueza y almacene CO2 por la fotosíntesis, lo cual bastaría para emprender su restauración, sino que así mismo, según explica Manuel Rodríguez Becerra (El Tiempo, 4-02-23), autoridad en medio ambiente, la deforestación causa la desestabilización del ciclo del agua en América y a nivel global. En términos del científico Gabriel Poveda al cual se remite, “así como existen ríos sobre la superficie del terreno, también hay ríos atmosféricos (ríos voladores) sobre Suramérica (…) corrientes de viento que transportan grandes cantidades de vapor de agua que se nutren de la evaporación del océano Atlántico y de la evaporación del bosque Amazónico”. Cuando ese caudal se reduce por la deforestación, advierte, se afectan el campo, poblaciones y ciudades por escasez de lluvias y sequías.
Hay en Colombia normas legales, jurisprudencia y desempeño ambiental que abonan terreno al actual Gobierno para la custodia del Amazonas. Fundamental en la salvaguarda de los bosques fue el impulso que anteriores administraciones le dieron -en especial la del presidente Virgilio Barco- a la Amazonía, que se traduce entre otros aspectos, en tres modalidades de ordenamiento territorial: resguardos indígenas, parques naturales y propiedades colectivas de comunidades negras, que abarcan millones de hectáreas del país. Son los nativos los que mejor pueden preservar y reforestar las regiones por su cultura y comunión con el medio en sus actividades, antes que foráneos con la ganadería o la minería que destruye ecosistemas o envenena ríos.
El mayor reto para el Gobierno, nada fácil, es implementar la protección de los bosques tropicales ante la escalada de los violentos que van por las tierras, la minería, el narcotráfico o la madera, ganando más espacios gracias a que la Fuerza Pública hubo de bajar la guardia en pos de la pretendida ‘Paz total’, bien aprovechada por aquellos. Los anhelos y proyectos de reforma agraria, turismo y Colombia Potencia Mundial de la vida harán agua si no se conserva el medio ambiente y reina la inseguridad.
Está bien el llamado a la comunidad internacional en procura de apoyos económicos de manera que los guardianes de la región perciban por sus labores de reforestación y conservación ambiental una retribución justa. La riqueza de la Nación estará en función de la gestión que se realice del agua y del clima, y para ello se requiere que el Gobierno aborde la seguridad en los territorios con realismo considerando los actores armados que se los disputan, o hacen frente común para someter a autoridades y poblaciones. Otra cuestión que debería revisar es la de los intermediarios de los bonos de carbono que negocian con las comunidades de los resguardos pues no obstante la autonomía de ellas, podrían quedar en desventaja, como lo observan en algunas investigaciones.