Hace dos semanas, este diario publicó una columna mía en la que comentaba la póstuma novela del nobel colombiano “En agosto nos vemos”, a la que puse por título “García Márquez, por siempre”.

Alguien en el periódico, seguramente sin saber a quién pertenecían esos dos apellidos, resolvió suprimir el primero, y salió “Márquez, por siempre”.

Tan pronto vi ese esperpento de título, me comuniqué con la directora y ella prometió averiguar y al poco tiempo una gentil dama me informó que ya había sido corregido en la red. Con el ojo afuera no hay Santa Lucía que valga, le respondí.

En el entretanto, me llovieron correos comentando el insuceso y atribuyéndome el atentado contra el ilustre escritor.

Como he tomado la decisión de que nada me saque de casillas, eché tierra al asunto, pero recordé que en eso de la supresión de apellidos soy ejemplo vivo porque el Restrepo heredado de mi padre solo me acompañó hasta que ingresé a la política, escenario en el que el materno desalojó al otro. Y va de cuento.

Yo fui Restrepo en primaria, secundaria y universidad. Al ganar por primera vez un escaño en el Concejo de mi pueblo, los colegas, muchos de ellos conocidos de años, me llamaban “honorable concejal Potes”. Les hacía caer en la cuenta del error y me respondían: “Así lo haré, concejal Potes”. Hice timbrar una tarjeta en la que solicitaba: “La próxima vez llámeme RESTREPO Potes”, con el primero en mayúsculas fijas. De nada valió.

Al llegar a la Cámara, me convertí en “honorable representante Potes”, y cuando el presidente de la corporación me concedía el uso de la palabra, decía: “Tiene la palabra el honorable representante Potes”. Al alcanzar curul senatorial, la misma vaina: “honorable senador Potes”.

En el ejercicio profesional fue igual. En los despachos judiciales yo era “el doctor Potes”, y quien después fue mi esposa, titular a la sazón de uno de los juzgados locales, siempre me recibía con esta pregunta: “¿Qué proceso necesita ver, doctor Potes?”.

En el club del que soy socio hace más de 50 años, todo el personal de empleados, altos, medios y bajos, me dice; “señor Potes”. Pero la anécdota más increíble es que un juez de Circuito, al resolver una apelación interpuesta por mí a un fallo de juez inferior que me era adverso, inició la sentencia así: “Como afirma el recurrente, doctor Jorge R. Potes”.

Ese día llegué a la conclusión de que nada se puede hacer, y que el de don Benjamín Restrepo y don Federico Restrepo, abuelo y padre, pasa a la reserva y que se impuso el apellido de don Ramón Lucio Potes, el adorado progenitor de mi madre Berta Lucía Potes. Que todos ellos me acompañen desde el cielo y que sepan que he tratado de honrar los patronímicos que me legaron.

En Tuluá dicen “por lo que potes”, cuando hay que hacer algo ante un hecho incierto. Llevemos paraguas, por lo que potes, por ejemplo.