Trayendo lo sucedido en Estados Unidos y otros países de Latinoamérica, algunos se imaginan que nuestro país en el 2026 buscará un movimiento pendular de una izquierda a una derecha radical. Me atrevo a pensar dos cosas, primero que al grueso de la gente poco o nada le importa si es izquierda, centro o derecha y que tampoco comulgan con la peleadera de los que siguen como barras de fútbol, en un bando o en otro.

A la gente por ejemplo le importa muy poco cambiarle las palabras al escudo nacional, y por el contrario sí le duele cuando enfrenta, como ahora, problemas reales de acceso a medicamentos o colas en el acceso a salud.

Por otro lado, históricamente Colombia, si bien enfrentó violencia y terrorismo, es en promedio una nación que cree en la democracia y que aprecia más la construcción de consensos.

Pero, además, después de vivir recientemente tanta polarización, populismo y mentira como estrategia política, prefiere un camino tranquilo de construcción en esa democracia. Pero lo hacen, no porque militen en una u otra orilla ideológica, sino porque quieren que el país funcione, que les dé empleo, oportunidades e ingresos. Dicho de otra manera les preocupa más el bienestar de sus familias, que las peleas de ‘políticos’ de turno.

Basta conversar con la juventud y con esa mayoría que en las encuestas se apunta por partido a NS/NR, o simplemente revisar las elecciones territoriales recientes, para comprobar que estas personas están es ‘mamadas’ de la camorrería, de las diferencias, de la incapacidad para construir juntos, de la ausencia de diálogo de distintos, de la falta de unidad o de la falta de equilibrio.

Es más, las mayorías no comulgan con un país al que se le ha incitado al odio y el resentimiento. No se aguantan la ‘victimización’ de los líderes, ni el catastrofismo de algunos que se imaginan una nación que lleva 200 años de destrucción y muerte. Creen por el contrario en nuestra enorme dosis de resiliencia demostrada en nuestra capacidad para superar momentos difíciles, y que el camino a construir es para adelante y no para atrás.

En Colombia siempre se construye mejor cuando a la sociedad se le llama a la esperanza y al amor. De hecho, somos buenas personas, que valoramos al otro, porque posiblemente somos conscientes de esos otros momentos de la historia en donde vivimos en medio de guerra, atentados y muertes. ¡Nadie quiere volver a eso! Por eso cuando las encuestas preguntan si prefieren guerra o paz, las mayorías siempre escogen lo segundo, así no les gusten la forma como se conducen los ‘procesos de paz’.

No significa eso que no haya otros anhelos. Es obvio que prefieren la convivencia a la inseguridad, también buscan los colombianos que se les hable con la verdad y con el carácter suficiente de lo que se puede y lo que no se puede, por eso al final prefieren al técnico que al mentiroso, así este último puedan engañar por una sola vez.

El camino, más que división, mentiras y odio, es más bien unidad, esperanza, sinceridad y amor. Pensémoslo.

Al final es más deseable. ¡Y movámonos pa’lante!