Todavía con las manos untadas de sangre y la pistola en la mano, sus amigos lo llamaban el príncipe. Era buena paga y generoso y las múltiples novias que había tenido lo querían transformar y pocas se atrevían a denunciarlo, así les hubiera quemado la ropa y amenazado con matarlas y se hayan tenido que escapar despavoridas.
Su primera esposa denunció las violentas agresiones, pero otras no creyeron y aunque jugaba con armas, pensaban que eran sus juguetes de niño malcriado y que nunca las utilizarían contra ellas. Hasta que un día el príncipe la mató, ¿consiguió los mejores abogados para eludir los 75 años de feminicidio, logró que lo llevaran a un hospital en un principio por enfermedad real o fingida y la ley? Quién sabe.
La esposa de otro príncipe resultó asesinada, los abogados ya han logrado remover el calificativo de homicidio y se han prestado para inculpar a otros. Y los feminicidios continúan, son muertes anunciadas. Las autoridades y la sociedad horrorizados por los actos de los príncipes, piden que los amigos o la familia los denuncien para evitar que el desenlace sea fatal. Pero nadie actúa… es un príncipe.
Una abogada, sin nombre, lleva más de un año denunciando a su agresor, otro príncipe, empleado de la Justicia, y la denuncia ante la Fiscalía no prospera. Vive escondida por miedo a las amenazas, ha abandonado su oficina y sus colegas abogados a él le rinden pleitesía. Él es el amigo y contacto con los jueces, que en algún momento tendrían que fallar sus casos. Al príncipe, la familia lo quiere pues es generoso y seductor y ella, la pobre, está sola.
¿Acude al código rosa, pero no puede vivir permanentemente en un refugio y su carrera? En desespero busca las redes sociales para por lo menos disuadirlo de las amenazas, pero este conocedor de todos los subterfugios de la ley le colocó una tutela por difamación a su buen nombre, la cual en pocos días será fallada en favor del agresor. Es que los príncipes no tienen sanción social, ni sanción legal.
En otro caso de una familia humilde, otro príncipe golpeaba cada quince días a la madre de sus siete hijas cuando se bebía la quincena y le decía que la iba a volver picadillo y la echaría al caño, pues en su inseguridad se le había metido que tenía mozo. Las mujeres de la eco-aldea Nashira lo expulsaron y seguramente se previno una muerte anunciada. ¿Y sus hijas? Hoy lo sostienen.
A los príncipes la suerte no los abandona. Desde hace ocho años, existe la Ley Rosa Elvira Cely (1761 de 2015) que castiga el feminicidio con penas de entre 40 y 65 años, sin posibilidad de rebaja, pero la impunidad ronda en el 90 % de los casos. Ni la Policía, ni la Fiscalía consideran que la agresión a la mujer es un delito, por lo tanto, la prevención es un as de burlas.