Sucedió en el Hotel Marriot de Barranquilla, durante el Congreso de Asocajas 2023. En la tarima del salón Puerto Colombia, Betty Garcés, la soprano del Pacífico, narró su historia mientras, entre capítulo y capítulo de su vida, brindó un concierto espléndido.
Betty comenzó diciendo que nació en el barrio El Trapiche de Buenaventura y que en su infancia era una niña introvertida, de palabras justas. Su abuela, sorda, y su abuelo, invidente, eran quienes mejor interpretaban su mundo, sus silencios.
Su abuelo tocaba la armónica. Betty dormía en el piso de arriba y cuando su abuelo empezaba a tocar, ella se acostaba en el suelo, el oído pegado al piso, para escuchar la melodía lo mejor posible. Su padre, José Garcés, por su parte, docente de matemáticas, amaba la salsa, mientras que su mamá, Isabel Bedoya, pintaba. Betty creció en una familia musical, que amaba el arte.
Pero su mundo pareció derrumbarse cuando murió su abuela. Betty se sintió sola, vulnerable. Era con la única persona en la casa con la que podía comunicarse con facilidad. Con su abuela, se sentía segura. Era su refugio.
Tras su fallecimiento, Betty se encerró en su cuarto y comenzó a cantar por primera vez, de manera espontánea, natural. Ella pensaba que, con la puerta cerrada, nadie más la escuchaba. Que cantaba para sí misma, para desahogarse. En realidad no solo la escuchaban en toda la casa. También en toda la cuadra. Betty acababa de descubrir el don de su voz, sin saberlo.
La voz soprano es la más aguda del registro vocal humano. En la ópera, se encarga de llevar la melodía. En italiano, ‘soprano’ significa ‘soberano’, ‘superior’, ‘por encima de’.
Es lo que sucedía en el Hotel Marriot de Barranquilla. Cuando Betty cantaba, su voz se escuchaba en cada rincón del hotel, en cada piso. Incluso cuando ensayaba. Su voz lo llena todo.
En una Buenaventura donde el conflicto armado arreciaba, los padres de Betty decidieron enviarla a Cali para protegerla. Tenía 14 años. Hizo el bachillerato en el colegio Departamental La Merced y después entró a estudiar música en el Conservatorio Antonio María Valencia. Entonces conoció al maestro Francisco Vergara, el director del taller de ópera. Cuando él la escucho, dijo lo que dicen todos cuando escuchan por primera vez a Betty: “Tiene un don”.
Fue cuando el maestro Francisco comenzó a soñar por Betty. Porque Betty pensaba que quizá podría cantar en Cali y en algunas otras ciudades de Colombia, que tal vez podría ser docente en la Universidad del Valle. Era la vida que imaginaba.
El profesor Francisco, en cambio, pensaba que Betty tenía que ir a Europa, que sería una cantante de ópera que recorrería el mundo, que quedaría en la historia de la música como una de las mejores sopranos. Aquel sueño del profesor Francisco se cumplió.
Para lograrlo, primero, hizo una colecta: habló con sus amigos, con su familia, con empresas de Cali, para recaudar fondos que le permitieran a Betty viajar a Alemania a estudiar. Lo consiguió.
En Alemania, Betty se especializó en ópera al tiempo que empacaba comida de avión o helados para sostenerse económicamente. Hoy es una de las cantantes de ópera más reconocidas del mundo. En 2012, se lee en sus reseñas, obtuvo con honores el título de Máster en Artes de la Escuela superior de Música de la ciudad de Colonia. En Europa ha interpretado el repertorio de Mozart, Beethoven, Verdi, Brahms, Debussy, R. Strauss, Korngold, Schönberg, Rachmaninov y R. Wagner.
Entonces sucedió lo que Betty nos quiso decir: “A veces es necesario que alguien sueñe por nosotros, porque muchas veces no notamos nuestras capacidades, no entendemos nuestro potencial. Y llega esa persona como el profesor Francisco, que nos cambia la vida, que la expande hasta donde nunca lo imaginamos. Necesitamos de ese alguien que sueñe por nosotros. O podemos ser ese alguien que sueñe por otro a quien, por diferentes circunstancias, le cuesta reconocer su potencial, como era mi caso”.
En ese punto volvió a cantar y su voz volvió a ocupar cada rincón del Hotel Marriot de Barranquilla.