Bogotá, Santa Marta, Neiva, Medellín, San Andrés y más de 24 municipios rompieron su récord de temperatura empezando el año. Inclusive, Jerusalén, Cundinamarca, marcó un hito al alcanzar 40,4 grados, el registro más alto en el país para el mes de enero. No es solo Colombia, ni su causa es exclusiva al fenómeno de El Niño, según NOAA, la entidad de EE. UU. responsable de predecir el clima, 2023 fue el año más caliente desde que se realizan mediciones. Por ende, se detectó la mayor pérdida de cobertura de hielo en el Ártico el año pasado, es incuestionable que gradualmente el mundo se viene calentando. Si bien, Colombia no es el causante principal de este fenómeno, si es probable que sea una de sus víctimas. El ajuste va a ser más estructural de lo previsto.

La percepción de las frías mañanas de Bogotá, donde era necesaria la ruana, quedó atrás. Para el mediodía, en la capital, es más probable que la chaqueta sobre. Así como en Francia el calentamiento global está cambiando la estructura del famoso ‘terroir’ del vino, la frontera cafetera del país se está reconvirtiendo. Sin las heladas que exterminan plagas, las existentes variedades sufren de roya y otros fenómenos. Ese contexto ideal ecuatorial de Colombia, entre 1.200 y 1.800 metros, 17 y 23 C, y precipitaciones de 2.000 milímetros anuales, se reemplaza con nuevas siembras en predios a más de 2.000 metros de altura. Esta realidad no es solo del café, el calor y un nuevo régimen de lluvias están cambiando el esquema agrícola. Increíble sería que, en unas décadas, el equipo cafetero sea de Argentina en vez de Colombia.

Esta nueva temperatura, según el Ideam, causaría que en 15% de los departamentos aumente la precipitación en más del 10% y que en 30% de ellos disminuya en más del 13%. Colombia sería el país con la mayor cantidad de catástrofes naturales de América Latina. A la Unidad de Gestión del Riesgo, tratada como un fortín político, dada su capacidad de adjudicar a dedo, se le debe fortalecer su institucionalidad. Se debe elevar requisitos contractuales donde su discrecionalidad es solo bajo emergencias.

Los desastres naturales requieren una contraparte en el territorio. De los 29 municipios de más de 250 mil habitantes, solo 15 cuentan con dependencias responsables de la gestión del riesgo, y hasta la última cuenta en 2016, solo 46% de las gobernaciones tenían instituciones responsables.

Se requiere un nuevo enfoque sobre el manejo del riesgo, especialmente con los organismos de control. Cada vez más, la volatilidad asociada al cambio climático tiene repercusiones sobre gastos e ingresos. Ahora estamos viviendo un efecto tarifario en el sector eléctrico, pero no se nos olvide que la última Niña le dio pérdidas al país de $11,2 billones de la época. Se debe entender que los seguros o coberturas financieras son un costo de estabilidad, no un detrimento patrimonial. Nadie debe especular con recursos públicos, pero se debería tener una cobertura de precios de petróleo para proteger el presupuesto de la nación, un seguro contra sequías para estabilidad en el sector energético, y pólizas de la nación contra mega daños ambientales.

Ahora los incendios tienen estos temas de moda, pronto será algo más, nos tenemos que dar cuenta que todo viene cambiando, ojalá no lo notemos muy tarde.