La pandemia y todas sus consecuencias en la salud física y mental le dieron una trascendencia inusitada al concepto Cambio. El aislamiento, la convivencia exagerada con parejas y amigos, las nuevas formas de comunicarse virtualmente, la sorpresa de como aprender y también de como enseñar, la suspensión de la interacción social presencial que incidió en las relaciones afectivas, la evaluación de la solidaridad, son solo algunos de los elementos que se vieron impactados con el encierro como consecuencia del Covid. Al salir todos queríamos cambiar, muchos incluso renacer.
Veníamos de silenciosas revisiones de nuestro destino ¿Es esto lo que quiero? ¿Es ella o él con quien debo seguir conviviendo? ¿Es este el empleo que deseo? ¿Son ellos los jefes que merezco? ¿He hecho lo suficiente para ser feliz? ¿Estoy en una sociedad justa cuando vi tanto dolor en tantas familias? ¿Cómo es el líder que podrá abanderar el cambio que necesitamos?
Frente a tantas preguntas que nos hicimos, casi que cualquiera que se apareciera como el abanderado del cambio, tendría nuestro voto. Lo malo para los colombianos es que apareció con ese propósito el ser humano más contraproducente para implementarlo y muchos colombianos votaron por él. Soberbio, resentido, sordo ante todo aquello que no fueran sus propios discursos o los elogios, pésimo gerente, mal amigo según quienes lo han sido, Petro fue el Garavito que apareció en la puerta del jardín infantil cuando este se estaba incendiando. Primero la salvación, luego vemos las calidades del bombero, pero el apagafuegos resultó ser la peor solución.
Sin embargo, la frustración nacional no disminuyó el deseo del cambio. Al contrario, apareció un motivo adicional: debemos tener dirigentes políticos que efectivamente atiendan el clamor colectivo y sean capaces de gerenciar las soluciones a tantas preocupaciones en las regiones. Si nos equivocamos de Presidente de la República, las elecciones de 2023 eran la oportunidad para enmendar el error y ahora el cambio debe hacerse desde las regiones y no desde el gobierno central hacia la provincia.
La elección de Alejandro Eder tiene esa lectura, entre muchas otras. Una buena persona, con comprobada vocación hacia lo público y al servicio social, que tiene las características de quien no va a llegar al poder a robar; que gana con los votos de su imagen y así no será títere de financiadores electorales que terminan montando asociaciones para delinquir; todo está dado para representar ese cambio. Alguien que pueda hablar duro y caminar en el sentido correcto; un líder con quien podamos revivir esa campaña tan exitosa de hace algunos lustros “Por una Cali limpia y bonita”. Un alcalde que pueda inspirar a muchos otros jóvenes bien formados académicamente y con vocación social, a que hagan política para que esta no quede en manos corruptas e ineficientes. ¡Que el cambio se logre desde las regiones!
Este reto también será el de Dilian Francisca Toro en la Gobernación. Dilian está dando pasos grandes para una futura presidencia o vicepresidencia de Colombia. Tiene la oportunidad de hacer un gobierno ejemplarizante en el Valle del Cauca, de tal manera que una futura campaña presidencial sea sobre una administración impecable. Ella tiene las condiciones para lograrlo y en eso la deberán acompañar todos sus seguidores. Que la interesante visión del largo plazo no se vea opacada por ninguno de los de su entorno.
Qué gran oportunidad tienen el Valle y Cali de demostrar que el Cambio es posible y que desde acá podemos mostrar ese piloto de esperanza.
Hoy cumple años Diana Rojas, ejemplo de pundonor, generosidad y amor por Cali. Ella con Wilson Ruiz ameritan gratitud y reconocimiento. Ellos hacen parte de ese anhelado cambio. ¡Felicitaciones!