Claro, es época de balances y de solicitudes. Todo aquello que anhelamos quisiéramos que llegara en la fantasía del nuevo año. Promesas, ilusiones, expectativas. Por un día soñamos con lo imposible, por un día -o unas horas- fantaseamos “jugando a ser Dios”. Viene luego el aterrizaje pero no importa. Esas horas son una manera infantil de adormecer la cotidianidad. Paradójicamente he encontrado una antigua oración portuguesa bellísima y sería sanador recordar algunas de sus estrofas. En especial aquellas donde el ruego mayor es no pedir nada, no esperar que proveas mi vida de otras cosas sino solo pedirte “que no te lleves”.

“Nada, no quiero que me traiga nada, lo único que quiero es que no se lleve... que no se lleve lo que ya tengo, que no se lleve el techo que nos cobija, el plato que nos alimenta, la manta que nos abriga, la luz que nos ilumina, la sonrisa de mis hijos, la salud como tesoro, el trabajo como sustento, la amistad, la compañía, los abrazos, las caricias, los “te quiero”, los “te amo”, los besos, que no se lleve los sueños, ni los trocitos del corazón que lo forman cada persona que llevo ahí dentro”.

En esa demanda para “que no se lleve” existe un acto de reconocimiento y gratitud con la vida, con los logros obtenidos, por elementales que sean. ¡No quiero perderlos! Y anhelar un listado de objetos materiales no llena, no da calidad de vida y mucho menos nos hace felices. Momentáneamente (tal vez el tiempo que dura el objeto) proveen de satisfacción (que no felicidad). Por eso no pido nada… De allí la importancia de hacer conciencia o recordar el porqué estamos en esta dimensión terrenal y cuál es el sentido de la vida que no se agota en lo cotidiano y tiene que ver con lo trascendente. En este convulsionado e incoherente mundo, es muy importante no perder de vista las desigualdades, no para amargarse, sino para contribuir de alguna manera a eliminarlas. Muchos dicen no encontrarle sentido a la existencia, “para que estoy aquí”. Sin necesidad de apelar a religión o creencias espirituales, solo con que se constate de que el sentido de su vida está en hacer mejor el mundo en que vivimos, que cuando nos vayamos exista la satisfacción de que el mundo está mejor de cuando llegamos, con ese se justifica el día a día, el porqué del vivir. Entonces gratitud y servicio, dos actitudes claras que alivianan y justifican el día a día.

Que quien se acerque a ti no quede cargado de amargura, resentimiento o el sinsabor de la queja. Que quien cruce tu camino pueda encontrar algo de luz en su oscuridad. A veces solo bastan una palabra, una mirada, una sonrisa, un gracias. Hacer un mundo mejor no depende tan solo de factores económicos, sino de la certeza de que todos sentimos, todos vibramos con una buena actitud, con una mirada conciliadora. En más de una ocasión, en un momento convulsionado de la vida, es un buen recuerdo el que aliviana la dificultad. Como un ancla, el recuerdo de ojos que nos miraron con aprecio y consideración, la palabra o sonrisa amorosa, salva del “suicidio emocional”, de la desesperanza. Entonces que tu vida tenga sentido agradeciendo y sirviendo a alguien. Para empezar, uno por día. Con la conciencia de servir, de saber que tenemos la responsabilidad moral de construir un mejor planeta. Entonces, vamos por ello…