El contexto: por un lado, por mucho que repitan que firmamos “la paz”, no hay tal cosa. Y no, no es porque este gobierno no haya implementado el acuerdo con las Farc. Sí lo ha hecho, incluso en aquello en que no debería, pero eso es otro tema.
Por el otro, en el 2019 se produjo la mayor cantidad de cocaína de nuestra historia. Como el narcotráfico es, sigue siendo, la gasolina de la guerra, el conflicto está vivo y, otra vez, aumentando en intensidad.
En cinco de los seis grandes enclaves de narcocultivos que hay en el país hay fuerte presencia de poblaciones indígenas. En estas áreas hay comunidades que se oponen a la presencia de grupos armados ilegales y sufren su violencia y otras que incluso se aliaron con ellos.
Esa influencia del narcotráfico y de los grupos armados ilegales, explica en parte las acciones contra el Estado de ciertas poblaciones indígenas. Eso y la política, que en la mayoría de los casos está ligada a una izquierda que alienta el enfrentamiento.
El problema no es de presupuesto. Bloqueo tras bloqueo de la Panamericana, van más de 40 desde 1986, los indígenas se han ido quedando con más y más ingresos de nuestros impuestos.
Del paro de 2017 se fueron con el 1% del SGP, más de lo destinado a la alimentación escolar.
En el Plan Plurianual de Inversiones del Presupuesto Nacional para este cuatrienio hay 10 billones de pesos para las poblaciones indígenas.
De la minga del año pasado, las organizaciones indígenas que participaron obtuvieron $823.148 millones adicionales del Gobierno.
Tampoco es asunto de tierras. En el 2018, los indígenas controlaban el 27,6% del total de la tierra rural, más de 31,6 millones de hectáreas. Son, de lejos, los grandes terratenientes en Colombia. Y siguen acaparando.
Del paro del 2019 se llevaron $90.000 millones para compras de tierras.
Aún así, o tal vez precisamente porque aprendieron que sus delitos y las violaciones de los derechos de los demás quedan impunes y que, en cambio, las vías de hecho siempre les son premiadas, son cada vez más frecuentes las invasiones de fincas en el Cauca y en el sur del Valle.
Ahora quieren quedarse con el cerro del Morro, en Popayán, donde se encontraba la estatua de Belalcázar que derribaron ante la azarada quietud de las autoridades que, parece, no entienden su importancia estratégica.
Tan buen negocio es hoy hacer parte de las poblaciones indígenas que cada vez más colombianos se ‘reconocen’ como tales. La población indígena pasó de 1.392.230 personas, en el 2005, a 1.905.617, en el 2018. Del 3,4% al 4,4% de todos los colombianos, un milagroso crecimiento del 36,8% en apenas 13 años.
Las poblaciones indígenas se multiplican por arte de magia y ya no son 93 sino 115. Es buen negocio. A ver si de esta minga salen unos cuantos más.
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