En tiempos recientes el mundo vivió la criptomanía, un entusiasmo viral por una inversión nueva y misteriosa que alcanzó a crear fortunas instantáneas para los pocos afortunados que entraron temprano y se salieron a tiempo, antes del descalabro de los últimos días, que ha dejado a millones de incautos inversionistas viendo un chispero.
Las criptomonedas son una innovación tecnológica en el mundo financiero, soportada en un discurso filosófico que le llega al corazón a millones de personas y que explica en parte su popularidad. La tecnología, conocida como ‘block-chain’, permite llevar un registro electrónico de transacciones que es anónimo y descentralizado. No requiere una autoridad que lo administre, como podría ser un banco central. Sirve para registrar cualquier cosa, desde intercambios de monedas, compraventas de inmuebles hasta datos de votaciones.
La promesa del ‘blockchain’ es que es absolutamente imposible de torcer. Nadie le puede meter mano a la base de datos sin que quede en evidencia. La narrativa filosófica es, entonces, que la humanidad por fin ha encontrado la manera de asegurar la confianza en la sociedad mediante esta especie de notaría virtual sin notario, eficiente, infalible y alejada del oficialismo de los gobiernos. Esta narrativa resuena mucho en los tiempos actuales, en los que cunde por todas partes el discurso de desconfianza en las instituciones.
Sobre esta tecnología se crearon unas piezas virtuales que se promocionaron como monedas, siendo la más famosa el ‘bitcoin’. Con unos pesos o dólares uno puede comprar una de estas piezas y luego dársela a alguien más a cambio de algo, o de dinero. Las ‘criptomonedas’ se volvieron objeto de culto y especulación. El precio del ‘bitcoin’ se multiplicó por 15 entre 2019 y 2021. Pero estas piezas virtuales han tenido un problema: su valor es sumamente inestable. Uno no puede hacer un negocio a plazos con pagos denominados en una ‘moneda’ que al mes siguiente puede valer el doble, o bien devaluarse a la mitad.
Se inventaron entonces las monedas estables, o ‘stablecoins’, que prometían mantener un valor de paridad con el dólar. Resulta contradictorio que alguien busque enredarse con estas piezas virtuales si al final sólo confía en el valor del viejo dólar. Pero aún así hubo furor. Algunas ‘stablecoins’ son seguras, pues guardan un depósito en dólares por cada pieza emitida. Pero otras decían tener un respaldo ‘algorítmico’ que no era claro y que ahora, visto en retrospectiva, tiene visos de estafa.
El caso más dramático es el de ‘terra’, respaldada por una segunda criptomoneda llamada ‘luna’, ambas promovidas por un coreano de 31 años de edad, Do Kwon. Una ‘luna’ llegó a valer US$116. Ahora está en 10 centavos. Ambas colapsaron luego de que todo el mundo se asustó y trató de redimir su valor en dólares. Otras ‘monedas estables’ muy usadas tambalean ahora. En días recientes se han esfumado 300.000 millones de dólares invertidos en criptomonedas.
El alfiler que pinchó esta burbuja especulativa fue la subida de tasas de interés en Estados Unidos, que hizo fluir la plata hacia destinos más seguros y perjudicó las inversiones más riesgosas. Pero con todo y lo duro que ha sido este descalabro, es posible que a futuro siga vivo el entusiasmo por las cripto-finanzas. Estas han surgido de una explosión de innovaciones tecnológicas y sociales. Muchos de estos inventos durarán poco, pasarán de moda o mostrarán ser una estafa. Pero posiblemente habrá otros que demostrarán beneficios, se regularán, y habrán de perdurar.