Esta semana se supo que en 2021 Estados Unidos registró una inflación de 7%, la más alta en 40 años. Hace mucho tiempo ya que este indicador, que mide el grado en que suben los precios de los productos y servicios de la canasta familiar, había dejado de ser un problema. Pero ahora se vuelve otra vez motivo de alerta y de su desenlace dependerá el rumbo de la economía mundial en el año que comienza.

El hecho de que suba la inflación puede ser buena o mala noticia según la causa. Si la razón es que hay mucha demanda de bienes y servicios, pues bien. Quiere decir que la economía está creciendo. Lo que hacen normalmente los bancos centrales ante situaciones así es subir las tasas de interés para que la gente y las empresas se endeuden menos y moderen gradualmente sus gastos. Pero la inflación también puede subir por problemas en la oferta, como sequías y bloqueos de carreteras. En esos casos típicamente se supone que es un problema transitorio y las autoridades no hacen mucho fuera de esperar a que pase.

El problema es que la inflación reciente en Estados Unidos y en el mundo no es fácil de diagnosticar. Sí, ha habido disrupción en las cadenas de suministro por el covid. Puertos cerrados, fletes disparados, falta de chips para fabricar carros. Pero también hay una reactivación sorpresiva de la demanda al quedar atrás las cuarentenas. Y unos cambios muy bruscos en los patrones de consumo. En la pandemia se redujo la demanda de servicios, como cines o viajes, y aumentó la de productos (muchos a domicilio). Y si bien las personas más vulnerables perdieron sus ingresos, lo cual se compensó parcialmente con ayudas de los gobiernos, otros segmentos de la población tuvieron grandes ahorros que ahora están gastando. El que dejó de gastar en gasolina durante los días del confinamiento no va a comprar ahora toda la que dejó de comprar entonces. Pero hay otros gastos en bienes durables que sí se represaron y ahora se desatrasan.

En Estados Unidos los economistas están divididos entre los que creen que la inflación se debe a un choque transitorio de oferta y los que temen que sea más permanente. En principio las dos causas tienen remedio, pero también hay una tercera, más traicionera. A veces ocurre que las empresas suben los precios, no por ninguna razón objetiva, sino porque creen que todas las demás los van a subir. La inflación se vuelve entonces una profecía autocumplida, y entra en el terreno sutil de la sicología. A esto le tienen mucho miedo los bancos centrales, pues una vez se instalan las expectativas inflacionarias en la mente del público, son muy difíciles de erradicar.

En Colombia la inflación también está alta, aunque no tanto en perspectiva histórica. El país superó coyunturas similares hace cinco y doce años. Será más determinante lo que ocurra en Estados Unidos, pues los vientos del sistema financiero mundial soplan en la dirección que indique su banco central, cuyos directivos ya expresan su preocupación. La mayoría de los analistas esperan que suban las tasas de interés tres o cuatro veces este año. La sola expectativa ha hecho que más gente compre dólares y lleve los capitales hacia allá en busca de mejor rentabilidad. Por eso el dólar se ha encarecido frente al peso y la demás de monedas. De todo lo cual se concluye que tasas de interés tan bajas como las que se vieron el año pasado difícilmente se volverán a ver. Y tendremos dólar caro para rato.

*Decano de la facultad de Economía de la universidad Icesi