Solo hasta el mes de mayo del presente año, la OMS declaró el fin de la pandemia por Covid-19, una época que ojalá el mundo no olvide, para que no perdamos de vista los aprendizajes que debieron quedar de estos tres años de desafíos, prohibiciones, cambios y vulnerabilidades. Además de la salud, se vieron afectadas de manera muy compleja la economía, la política y el desarrollo social, sufriendo las consecuencias de esta epidemia mundial, de la cual el mundo aún no se recupera. Y entre sus damnificados, hay un sector, que no termina de sobreponerse al duro golpe; un sector que, en este momento, más que nunca requiere de reconocimiento, protección y promoción, el sector cultural.
La cultura hace fuerte a un pueblo, lo une, lo levanta, le permite cantar sus triunfos, llorar sus muertos, soñar sus ideales, conservar la memoria, comunicar sus hazañas. Artes escénicas, artes plásticas y visuales son parte de nuestra identidad, son nuestro referente del pasado y nuestro puente al futuro; la cultura debe estar en el centro del desarrollo de las sociedades y no ser vista como un ornamento, ni un acompañamiento, ni un hacedor de eventos de entretenimiento.
En solo un año del actual gobierno nacional, tres personas han ocupado la cartera ministerial de Cultura y en el gobierno distrital también han sido tres hasta el momento; tarea bastante difícil en solo cuatro años de gobierno lograr consolidar procesos cuando no hay continuidad de sus líderes. Más difícil aún si la cultura no está en el centro de los programas y proyectos de gobierno, como un elemento transversal y cohesionador; si seguimos asistiendo a la inacabable novela de falta de apoyo, de recursos, de presupuesto.
La responsabilidad del Estado para que tengamos un sector cultural viable, dignificado, fortalecido y vigente, está a la orden del día, en un momento donde aún quedan tres años del gobierno nacional y estamos ad-portas de elegir alcaldes y gobernadores para un nuevo cuatrienio. No debemos perder de vista en nuestra elección que la cultura es tan importante como la política misma; la cultura une los pueblos, crea identidad, cohesiona la sociedad, genera riqueza, forja inclusión, incentiva la participación, atrae el turismo, crea procesos de paz y resignifica el conflicto. Danza, teatro, música, literatura, pintura, escultura, circo, entre otras, están a la espera que para ellas también hagamos una buena elección.
Y en esta tarea no podemos dejar de lado la corresponsabilidad que le cabe al sector privado, no solamente financiando actividades como patrocinador de eventos a cambio de publicidad, lo cual resulta de todas maneras altamente benéfico para ambas partes; sino también conectando los valores de sus marcas, con los valores intrínsecos de las actividades culturales, incluyéndolas como parte de sus programas de responsabilidad social, generando incentivos y plataformas para la creación artística como factor diferencial en la implantación de estrategias corporativas, entre otros.
Campo de acción es lo que hay, lo que hace falta aún es voluntad para que la cultura recobre el sitial que se merece, por ser un gran generador de identidad, de orgullo y de felicidad para los pueblos.