El senador David Luna, antes de comenzar su intervención como representante de la oposición en la inauguración del Congreso de la República el pasado 20 de julio, hizo un reconocimiento al presidente Petro por permanecer en el recinto para escuchar a sus contradictores y no haberse escabullido como nos tenía acostumbrados el mandatario anterior. Hubo caballerosidad de parte y parte, una caballerosidad que no es común en el debate político en este país.

Con mirada de sociólogo me he dedicado a observar en los últimos tiempos la manera como se desarrolla la controversia pública entre diferentes actores políticos, de derecha o de izquierda, para tratar de entender qué buscan, cómo entienden el país, cómo se proyectan hacia adelante, cómo se relacionan con sus contradictores. El balance es pobre. Es comprensible que cada político esté pensando en cómo repercuten sus intervenciones o sus actuaciones en los resultados electorales, pero es inadmisible que todo se subordine a esto, sin tener en cuenta una consideración realista sobre lo que está sucediendo y, más grave aún, con la suerte del país.

El político que se quiera proyectar con éxito para las elecciones de 2026 debería hacer al menos dos reflexiones. En primer lugar, tener en cuenta que el mensaje de los comicios de 2022 sigue vigente. El éxito de un candidato de izquierda (incluso el de Rodolfo Hernández) no se debió a su ‘bella imagen’, sino a problemas acuciantes que el estallido social había puesto sobre el tapete y que muchos trataron simplemente como un problema de orden público. Los malos manejos que las élites políticas hicieron del poder en los últimos años le entregaron en bandeja de plata el poder a Gustavo Petro: la falta de atención a la cuestión social, la indiferencia frente a suerte de millones de colombianos que no tienen acceso a las condiciones mínimas de la civilización, entre otros aspectos.

En segundo lugar, considerar los problemas apremiantes en la situación actual. Hay una coyuntura en la que la realización de transformaciones fundamentales, en diversos campos, es inevitable independientemente de quien las impulse. Si no estamos de acuerdo con el gobierno hagamos otras propuestas, pero entendamos que el cambio es lo que está en el primer lugar en Colombia, si se trata de evitar un nuevo estallido social de consecuencias impredecibles.

Derrocar al Presidente se volvió una obsesión para mucha gente. Algunos de sus opositores están proponiendo salidas extremas y hasta golpes militares sin calcular el desastre que significaría para este país, que pasaría décadas sin recuperar los canales democráticos. Tumbar a Petro produciría consecuencias más graves que las que los sectores dirigentes consideran provenientes de su permanencia. El ‘odio ciego’ no es un buen consejero.

Es un hecho que la situación de orden público está en cuestión. No vamos a entrar en las razones por las que esto ocurre porque son diversas y complejas. Lo que sí es cierto es que el regreso a la fórmula de ‘guerra total’ que hizo viable la candidatura de Álvaro Uribe en 2002, cuando el país estaba asediado por los grupos armados, ya no es procedente. Muchos que se aferran al pasado sin darse cuenta de que las condiciones han cambiado.

No podemos seguir cerrando los ojos frente a los problemas del momento presente. La falta de ilustración de nuestros dirigentes es enorme, la ignorancia es supina, al igual que la imposibilidad de sacar lecciones del pasado y la dificultad de sintonizarse con lo que ocurre. Estudiemos la historia de este país. Aprendamos de grandes personajes del pasado que supieron sobreponerse a la época, pensar el país en su conjunto y en el largo plazo, y no a partir de sus intereses inmediatos. Lo más conveniente para las élites políticas, lo más inteligente, es sintonizarse con la realidad del país e inscribirse en su dinámica. Eso no implica que tengan que volverse petristas.