Bertha es una madre valiente, de 45 años, que emprendió un desgarrador viaje desde Palmira hacia el Cauca, en busca de su hija Viviana, de apenas 12 años. La historia comenzó con un amor inocente, un enamoramiento a través de las redes sociales que se convirtió en una pesadilla.
Al final de su búsqueda, Bertha se enfrentó a la aterradora verdad: su hija había sido engañada por un guerrillero y su vida terminó en las remotas montañas del Cauca.
De otra parte, en Caldono, Andrés y Luis, amigos de 16 años, amantes del fútbol, fueron reclutados por un grupo armado que les prometió dinero. Poco después, en un violento enfrentamiento, ambos perdieron la vida. Sus madres, Patricia y Elena, quedaron devastadas. Estas trágicas historias no son casos aislados, son la realidad de miles de niños, niñas y adolescentes en Colombia.
Según la Defensoría del Pueblo, en el primer semestre de 2024 se registraron 159 casos de reclutamiento forzado de menores en Colombia. El 56 % corresponde a comunidades étnicas y, desafortunadamente, cerca del 80 % de los casos se concentra en un solo departamento: el Cauca.
El Centro Nacional de Memoria Histórica revela que entre 1958 y 2020 más de 17.860 menores fueron reclutados y utilizados en el conflicto. Estas cifras son solo la punta del iceberg, ya que muchos casos no se denuncian por miedo a represalias de los grupos armados.
Estos jóvenes, engañados y forzados a participar en un conflicto que no les concierne, ven sus derechos fundamentales vulnerados: a la salud, la educación, la libertad y, lo más doloroso, a la vida misma. Sin duda, cada cifra representa un futuro robado, una familia desgarrada, un sueño marchito.
Las redes sociales, y en particular TikTok, se han transformado en un terreno propicio para que los grupos armados recluten a jóvenes, ofreciéndoles una vida llena de promesas engañosas. A través de imágenes atractivas y fáciles de encontrar, que representan poder, fuerza y riqueza, captan su atención y los llevan a una guerra sin salida. Para comprender realmente el contexto y la magnitud de este fenómeno, revisé más de diez videos que me hicieron reflexionar profundamente y me motivaron a escribir esta columna.
Es fundamental que, como sociedad, unamos nuestras voces en defensa de esta población vulnerable. Muchos jóvenes se sienten atraídos por organizaciones que les ofrecen refugio y apoyo emocional, buscando escapar de la violencia intrafamiliar. Por esta razón, las familias desempeñan un papel crucial en la prevención de esta problemática. Deben educar a sus hijos sobre los peligros de las redes sociales, fomentar un diálogo abierto y motivarles a participar en actividades extracurriculares como medida preventiva. El sistema educativo debe integrar la enseñanza sobre derechos humanos y capacitar a los docentes para que puedan identificar señales de alerta. Además, las redes de apoyo comunitarias son esenciales para prevenir situaciones de riesgo.
Es crucial que el Estado actúe de manera decidida para erradicar esta práctica inhumana que despoja a los niños de su infancia. Debe evitar a toda costa que los actores armados continúen victimizando a las poblaciones, apagando así el futuro del país. Sin embargo, la protección de los menores es un deber de toda la sociedad.
Este fenómeno no es solo un problema de cifras, es una cuestión de humanidad. Cada niño reclutado es un futuro que se apaga, un potencial que se pierde. En nuestras manos está la oportunidad de reescribir esta historia y brindar a nuestros menores el futuro que merecen. Cada voz cuenta, cada acción importa…