Dedico este puente post COP16 a leer. Procesar en solitario esa manifestación de civismo y alegría, ver la resurrección de la ciudad y el Departamento. Ese alineamiento de las estrellas que nos envolvió y despertó las ‘ganas’ archivadas ya y medio olvidadas.

Estoy convencida de que seguiremos adelante, porque un buen primer paso es lo primero y único necesario para seguir caminando, unidos, con mística, sin triunfalismos pasajeros, sino con persistencia.

No vamos a permitir que estas luces de bengala que iluminaron el cielo y el corazón se evaporen y desaparezcan. Ya la chispa se prendió. La antorcha seguirá pasando sin cesar. Paso a paso, día tras día, sin detenerse jamás.

Estaba inmersa en el último libro-testimonio de Martín Caparrós, ese gigante de la literatura, ese peregrino del mundo que ha sacudido millones de lectores del mundo entero, con sus libros Ñamérica, El Hambre, ese periodista fuerte, imparable, arriesgado que tuve la oportunidad de escuchar en un Hay Festival de Cartagena. Y digo su último libro ‘Antes que nada’ porque es víctima de ELA, esa enfermedad que no tiene cura y paraliza todos los músculos del cuerpo. Ya solo puede mover sus dedos y teclea frenético hasta terminar este testimonio de su vida personal. Su cerebro intacto, su cuerpo rígido.

Sin embargo, dejé a Martín, porque cada vez que me levantaba y miraba a Guillermo Alberto Orozco, su libro acabado de editar, ‘En busca de recuerdos y enseñanzas’, en pasta dura y una carátula en que las letras danzan, sentía que me llamaba y murmuraba “léeme”. Lo tenía en fila en la mesa, pero se saltó la fila y deje a Caparros de lado.

Antes de iniciar su lectura pensé en lo extraño que un hombre caleño, empresario brillante, inteligentísimo, respetado y conocido nacionalmente, quisiera compartir su vida. Eso mismo despertó mi curiosidad. ¿Qué nos iba a contar?

Yo les adelanto algo. Desde las primeras páginas agarra, sus capítulos saltan como saltan sus recuerdos, y se meten en los nuestros. La infancia libre, llena de juegos con los amigos del barrio, los veranos en la montaña, los paseos de olla, su accidente que casi, por un pelo, lo deja cuadrapléjico al intentar dar un salto ‘mortal’ desde un trampolín y caer en seco. Esa recuperación milagrosa y lenta.

Sus amigotes del colegio, sus aventuras de scout, la entrada en la adolescencia. El descubrimiento de la música romántica, sus estudios, la Universidad, el matrimonio sin tiempo para luna de miel, esa sed insaciable de conocimiento, el amor por sus padres el doctor Guillermo Orozco y Blanca Hormaza, una pareja inolvidable, él un neumólogo sabio, ella una mujer adorable y divertida.

Leer a Guillermo es leer la historia de todos los caleños. Los que ya pertenecemos al Cali Viejo (ese que mirábamos lejano y extraño), los hijos y los nietos.

Es la historia de cuatro generaciones y cómo la hemos continuado. Es la historia de Cali. Como si esos Recuerdos y Enseñanzas de Guillermo fueran las nuestras. Un libro basado en experiencias y aprendizajes, fracasos y triunfos personales, pero intemporales, que tocan fibras íntimas; sonrisas compartidas de las épocas en que arañábamos la tierra roja de las montañas en los veranos para, a punta de dedo y palitos, construir carreteras imaginarias o dibujar corazones para grabar las iniciales del ser amado.

Compartir ese viaje de la vida. Gracias Guillermo. Avivas emociones. Con razón desde la mesita en la que tu libro estaba en fila me decía “léeme”. Has dejado una gran enseñanza para todos. En cada ser humano existe un libro único. Solo tenemos que abrir el corazón y dejar hablar el ombligo, con honestidad y amor.

Miro de lejos el libro de Caparrós y me estremezco. A sus sesenta y pico su cuerpo lo abandonó, solo le quedan sus dedos y el dolor del pensamiento. Y ‘Antes que nada’ es su último acto de amor.