En una entrevista reciente, Moisés Naím identificaba con agudeza el fenómeno de la ‘necrofilia política’ en América Latina. Esa atracción por ideas cadavéricas y jurásicas de nuestros actuales gobiernos, esa avidez por retornar a políticas fracasadas en el mundo. Un buen ejemplo de lo anterior es ese afán estatizante en los sectores de salud, educación, telecomunicaciones, banca, pensiones, servicios públicos, que en el caso colombiano tienen como símbolos del desastre, el seguro social, el apagón, el banco central hipotecario, el sistema ferroviario, los puertos del Estado, Telecom, entre otros.

Esta ‘necrofilia política’ ha sido una de las críticas al proyecto de reforma laboral, más allá de las dificultades que tendrá para el sector emprendedor y para la micro y pequeña empresa, por la elevación de costos que dificulta el nuevo empleo formal, asunto que en la última versión no se ha solucionado.

Pero pensando en el debate, además de lo anterior, es importante que el proyecto piense en los futuros mercados laborales. Que piense en las nuevas formas para emprender y trabajar, que responda al impacto de la tecnología (inteligencia artificial, automatización y otras) en la fuerza laboral, que sea un proyecto que motive la flexibilidad laboral o que reconozca los nuevos modelos de proyecto de vida de los jóvenes. En palabras del premio nobel de economía Jean Tirole, que no se dedique a “proteger empleos, sino a proteger al trabajador y sus ingresos”.

Este puede ser el almendrón del problema de la reforma actual. Una reforma que adolece de bipolaridad, porque, por un lado, da un salto positivo en materia de política laboral para las APPs (excluidas las de transporte o turismo), pero por el otro sufre de ‘necrofilia política’ al pretender hacer del contrato indefinido casi el único tipo de contratación, al debilitar el contrato de aprendizaje, y al ampliar los costos y exigencias en las indemnizaciones haciendo más inflexible el mercado laboral. Para no hablar de la casi extinción del contrato externo de prestación de servicios.

El mercado laboral reclama hoy no contratos más largos, porque la juventud ya no quiere eso, reclama flexibilidad laboral y seguridad en el ingreso. Que el joven trabajador pueda sostener sus ingresos laborales cuando cambia de empleo (un seguro de desempleo más ambicioso) que será lo normal, muchos mejores mecanismos de búsqueda de empleo para la transición, que no haya obstáculos para reasignar trabajadores a sectores nuevos en expansión, que se facilite la supervivencia de las empresas y no su informalización para evitar costos o trabas, y todo esto aparte de lo positivo de la iniciativa en promover un trabajo decente y digno. Incluso, que se siga animando ese nuevo papel de los jóvenes en la defensa de los derechos colectivos, que es hoy otra tendencia.

Congresistas, ustedes tienen hoy un papel muy importante en este debate, primero proteger el empleo formal, motivar su productividad, dignificar al trabajador, pero de pronto uno de los más importantes es pensar en una legislación laboral que sea pensada más para el futuro que para la prehistoria, y en ello por favor escuchen a los jóvenes, ellos pueden ser la verdadera ‘última coca cola del desierto’ en este debate.