Como periodista y sobre todo como ciudadano, hay una pregunta que siempre he querido hacerle al presidente Gustavo Petro. En medio del mar de promesas y transformaciones ofrecidas por el gobierno a sus electores, como si el tiempo y el capital político fueran ilimitados, le preguntaría a Petro si hay alguna institución o política pública construida en gobiernos pasados que desde su perspectiva funcione bien.
Porque pocos discursos de un gobernante frente al Estado que representa son tan pesimistas como el de Petro, quien incluso ha llegado a comparar el aparato estatal colombiano con el de la Alemania nazi. El presidente a lo largo de su carrera política ha afirmado con convicción que en Colombia no existe un sistema realmente democrático y más recientemente pidió la entrada de la Corte Penal Internacional, como si fuéramos un Estado fallido donde la justicia colapsó. Sin ir más lejos, hasta hace pocos años fue uno de los principales promotores de una riesgosa asamblea constituyente para reescribir la Constitución del 91, a pesar de tantas veces afirmar que hizo parte del proceso histórico que la redactó.
Existe un evidente afán en el discurso del presidente por reinventarlo todo. En campaña prometió reformar desde la raíz casi todas las instituciones de la vida en Colombia: el modelo energético, el sistema educativo, el régimen pensional, el aparato productivo y el sistema de salud. Hasta el proceso de paz con las Farc, que logró desarmar a cerca de trece mil excombatientes y que en el mundo entero es ejemplo en la disciplina global de los estudios de paz, se ha quedado corto ante las declaraciones del Presidente.
Es necesario recordar el deber democrático de construir sobre lo construido y de reconocer los logros de administraciones previas. La premisa de reinventar todo, incluso lo que funciona bien, es una bandera roja de la megalomanía de muchos gobernantes, y también una señal de su falta de rumbo concreto. El presidente Petro ha demostrado su capacidad de ser un diagnosticador de problemas y un polemista de tiempo completo, pero sus logros administrativos y ejecutivos, desde su paso por la Alcaldía de Bogotá hasta este primer cuarto de su presidencia, dejan mucho por desear. En este primer año de gobierno ha prometido reinventarlo todo, pero no ha logrado reinventar nada.
Todo esto está lejos de ser un accidente, y en cambio obedece a una premisa que desde el sector político del presidente Petro se ha construido desde hace décadas: que en Colombia nada funciona y por lo tanto es urgente transformarlo todo desde la raíz. Pero esta lectura llena de generalizaciones y falacias está lejos de ser verdad, aún cuando para muchos es fácil de creer y conveniente de repetir. Colombia ha sobrevivido a muchas de sus tragedias en las décadas recientes y en ese proceso ha fortalecido sus instituciones, hasta el punto de consolidar la segunda democracia más estable de América Latina. Los esfuerzos de los gobiernos de los últimos 30 años lograron reducir a la mitad la pobreza y desde 1993 se ha triplicado la cobertura del sistema de salud.
Más que un camino hacia la reforma de todas las instituciones, Colombia parece transitar hacia un destino de promesas incumplidas. A este paso no habrá Congreso que le camine a tantos retrocesos, ni economía que lo soporte. Es claro que Colombia necesita transformaciones urgentes, pero la solución jamás será destruir lo que funciona ni demeritar los logros históricos que han construido un mejor país.