“Por qué no te callas”, increpó molesto el Rey Juan Carlos a Hugo Chávez en la Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado, realizada en Chile en 2007, luego de reiteradas interrupciones del entonces presidente de Venezuela al Jefe de Gobierno de España. En días pasados recordé y dirigí esa frase en mi cuenta de X al presidente Gustavo Petro, ante la retahíla de insensateces y agravios con los que a diario trata de incendiar el país.
De inmediato y como es costumbre recibí en las redes voces de aprobación e insultos. Un mensaje pedía respeto por el Presidente, lo que me llevó a reflexionar. Si fuese cierto que lo irrespeté, ¿Se le debe respeto a una persona que no inspira respeto y que irrespeta a otros, por el simple hecho de ser Presidente, cuando conductas suyas, públicas y privadas, no se compadecen con la dignidad del alto cargo que ejerce?
Indagué su etimología. Viene del latín Respectus, que significa ‘estima’ o ‘consideración’. Según la Real Academia de la Lengua, “se le relaciona con la veneración o acatamiento que se hace a alguien por cortesía”. Wikipedia por su lado la define como “consideración y valoración especial o positiva ante alguien o algo, al que se le reconoce valor social” en tanto “transmite una sensación de admiración por las cualidades buenas o valiosas”.
Una valoración social y personal que varía según la cultura y en ocasiones, la religión; su significado no es el mismo en Occidente, Oriente Medio, Asia, África y la India. Debe distinguirse, además, el respeto como acatamiento de una norma o tradición, del que se profesa a un individuo por sus cualidades o por el hecho de ser persona, y el inherente a un título u ocupación, motivado las más de las veces por miedo y no reconocimiento.
El caso de Gustavo Petro es bien particular pues en todas sus facetas no es propiamente un dechado de virtudes. En lo personal, más allá de ser ciertos o no los rumores de sus desaparecidas, de consumo de droga y su comportamiento en Panamá, nada desmiente la creencia generalizada de que su vida privada es un desastre. Dirán es asunto suyo lo cual es cierto siempre y cuando no afecte sus deberes como Presidente, aunque debiese dar ejemplo.
Y como Presidente, es un caos. No por su ideología, que no comparto, sino por la manera como entiende y ejerce el poder; en constante desafío al orden constitucional, tratando de burlar decisiones de otras instancias, amenazando con levantamientos populares, atizando el odio de clases, denigrando de los medios y periodistas que lo controvierten, y descalificando, insultando e incluso amenazando a quien se atreve a criticarlo o a pensar distinto.
Cómo sentir “estima y consideración”, “valoración y admiración”, es decir, RESPETO, por un Presidente con esas características y que además busca introducir a como dé lugar unas reformas nocivas para el país; respeto por un individuo que en lugar de conducirse en sus actos personales y de funcionario conforme a la dignidad del alto cargo que ocupa, a diario lo desluce, menoscaba y pisotea, independiente si es un buen o mal gobernante.
Los abuelos decían que el respeto no se impone sino que se gana, se merece. Gustavo Petro debe ser tratado como todo individuo espera ser tratado independiente de su ideología. Pero, de ahí a que inspire respeto -en la dimensión de la palabra- hay un abismo. Más, cuando él no respeta nada ni a nadie incluido el cargo al que accedió con mala ortografía. Pedirle entonces que guarde silencio o que por lo menos trine menos, cuando se la pasa diciendo cosas sin sentido, no es un irrespeto. Es un deber, pues Colombia merece más de un Presidente.