Como se ha dicho en otras ocasiones, lo mejor que le puede pasar a Colombia es que al gobierno le vaya bien. Es razonable, también, darle un compás de espera para ver qué se puede aguardar de su gestión. Cumplido un mes y aunque es temprano para emitir juicios, ya hay elementos para formarse una opinión y para sentir preocupaciones.
Parece claro que el presidente tiene una visión conceptual del país que quisiera construir. Esa mirada muestra mucho de elucubración teórica e, independientemente que se comparta o no, como planteamiento ideal para el largo plazo puede servirle de guía para su gestión. No obstante, lo que se puede apreciar es que de ese modelo idealizado e ideológico a la aplicación concreta, hay un trecho muy grande.
Por otra parte, entre compromisos políticos y carencia de personas con las cualidades apropiadas en su movimiento, lo que se ve es mucho de improvisación y bastante descoordinación. Hay títulos académicos y capacidades personales, pero desconocimiento sobre el funcionamiento del Estado. Tienen mucho por aprender sobre las complejidades que supone la interrelación de las decisiones gubernamentales y las implicaciones que ellas tienen en todos los ámbitos.
El origen puramente académico de varios de los nuevos funcionarios y su desconocimiento de los temas concretos es evidente. Es preocupante que, en lugar de interesarse por aprender de sus nuevas responsabilidades y buscar a quienes puedan orientarlos, se desbordan en elocuencia dando señales contradictorias y perjudiciales a sectores tan sensibles como son los actores económicos.
La actividad del gobierno en este mes ha sido frenética, pero eso no garantiza las mejores decisiones ni les da tiempo para la coordinación y la reflexión. La obstinación con algunos temas y la reticencia a considerar alternativas, como está ocurriendo con la reforma tributaria o con los anuncios frente al sector de los hidrocarburos, es un buen ejemplo de los errores que se pueden cometer por aferrarse a posiciones fundamentalistas. Nadie discute, por ejemplo, que ante la debilidad de las finanzas públicas es conveniente hacer un esfuerzo tributario, pero todo indica que lo que se está planteando es exagerado en cuanto a sus aspiraciones de recaudo y lejos de ser la reforma que corregiría problemas de fondo está castigando severamente a los mismos que siempre han pagado impuestos y dando señales perversas a las empresas y a los inversionistas. Se puede especular mucho sobre el tema, pero hoy es difícil encontrar un empresario o un inversionista que no esté congelando nuevos proyectos y estudiando alternativas para proteger sus activos en el exterior.
¿Será esa la manera de crear riqueza? Los anuncios sobre reforma laboral, el caos de las invasiones de tierra y el desconcierto que producen personas como la Ministra de Minas y Energía no son buenos augurios para un presidente que tendría la posibilidad de hacer cambios relevantes y lograr resultados positivos, si acepta que le va a ir mucho mejor escuchando, buscando consensos y reflexionando sobre las consecuencias de unas decisiones que se están mirando no solo internamente sino también por las distintas entidades internacionales relacionadas con Colombia.