Cual habitantes de la Torre de Babel es imposible poder dialogar, imposible. No se puede sostener una conversación porque nadie escucha. Cada uno está sumergido en su verdad y lo que quieren es imponerla, arrasar con la otra y dar por sentado que su propia verdad es la verdad universal. De entrada, el otro está equivocado.

Una charla se ha convertido en una guerra de argumentaciones donde ni siquiera existe la alternativa de aprender, de ampliar criterios porque no se oye. A la defensiva, con los guantes puestos, ya estoy descalificando tu argumentación, por lo tanto, nada de lo que digas es válido. Entonces, ¿para qué dialogamos? En este lenguaje de egos el mejor consejo de salud mental es silenciarse, no dejarse engarzar en un diálogo de sordos. Quedas internamente en paz y no te desespera la terquedad del interlocutor. O la tuya. Para que el ego y prepotencia del otro queden satisfechos no te desgastes argumentando. ¡La conversación ha muerto!

La guerra de Israel y Palestina le mostró al mundo que la verdad se quebró, se volvió añicos. Hay tantas explicaciones sobre lo que sucede como seres humanos, por lo tanto, o todos están equivocados o todos tienen la razón. La verdad universal (si alguna vez la hubo) ha dejado de existir. Esperar que podamos oírnos entonces es imposible. Desde razones bíblicas, políticas, económicas, de ideología, religiosas, hay de todo para justificar la propia argumentación. Y cuando la emoción ‘contamina’ la explicación y se vuelve personal el diálogo, allí si no hay nada que hacer, no hay cómo intercambiar argumentos.

Me imagino que esto sucede a nivel familiar, de amigos, hasta a nivel de organismos internacionales. No es posible oírse porque cada quien tiene su verdad. Pero esta verdad de hoy se volvió parte de la identidad de quien argumenta, por lo tanto, es un imposible ceder o cambiar porque es como dejar de existir para que otro se apodere de mí.

Qué paradoja, en la era de las comunicaciones, cada vez estamos más distantes, más aislados, metidos en nuestra torre, sin posibilidad de contactarnos. Solo me permito estar con los que resuenan con mis ideas, los demás son potenciales enemigos o ‘equivocados’ o ignorantes. ¿El futuro de los seres humanos será acaso la inmensa soledad que nos obligará a conectarnos con nosotros mismos? ¿Será ese el precio que tiene que pagar la humanidad para volverse humana? ¿Primero la soledad, la conexión interior y luego sí, la apertura hacia el otro? ¿Será este el camino?

Cómo no extrañar una conversación interesante, cómo no enriquecerse con información recibida sin agresividad o descalificación. Pero cada vez es más complejo escuchar ideas divergentes. Pareciera un rebaño de zombis, cegados por el miedo al cambio, miedo a escuchar temas que sacudan sus creencias. Claro, desde mi verdad, son los otros los equivocados, los que no logran aceptar ideas nuevas para airear lo ya conocido. Otra vez el terror al cambio, como si la humanidad viviera en la era de la perfección. Es un ejercicio de conciencia interesante observar qué tanto me agreden las argumentaciones del otro, qué tanto me ponen a la defensiva, qué tanto estoy ‘en peligro’. Hoy las ideas son más terroríficas que las balas. En vísperas de elecciones, ¿a quién le disparas? ¿Quién te dispara?