Salir, del latín salire es ‘saltar’, ‘brotar’ y como informa el DLE, es partir de un lugar a otro, irse, ausentarse, alejarse, largarse; desembarazarse de algún lugar estrecho, peligroso o molesto; escaparse, irse; liberarse de algo que ocupa o molesta; escapar, evadirse; libertarse; aparecer, manifestarse, descubrirse; nacer, brotar. Y todo esto se puede aplicar al salir de la ciudad en donde se vive y viajar a otra a la que se entra, y al regresar para entrar de nuevo a la propia repensándola; y lo mismo vale para la vivienda y más si se entiende que ciudad y vivienda son inseparables, incluso cuando esta se encuentra en medio del campo.
Pasar de dentro afuera es salir del sitio en que se está, como de la casa a un lugar público, de la ciudad a los alrededores, del territorio a otros diferentes del país o del continente; es lo que se empieza a aprender cuando primero se estudia en el colegio y no solo en la casa, y posteriormente en otra ciudad, en otro país. Luego, al regresar, después de salir, ya es lo contrario: pasar de fuera adentro, acceder, introducirse, meterse, adentrarse, penetrar, internarse, irrumpir, dice el DLE. Pasar, por una parte, para introducirse en otra; entrar por la puerta o penetrar por la ventana; encajar o poderse meter dentro de algo en la ciudad o en la vivienda.
Desembarazarse de algún lugar estrecho, peligroso o molesto, lleva a querer salir del mismo; es, por ejemplo, el hecho de que para poder vivir en una determinada ciudad hay que estarse yendo, como hace años dijo de Cali el arquitecto Manuel Lago con su humor inteligente y franco; lo que por supuesto es muy diferente de tener que salir del todo, pues ya no se podrá entrar gratamente a donde se estaba. Salir para viajar es libertarse a sí mismo por un tiempo, lo que además facilita evitar algo esas molestias mientras se está afuera, las que cada vez se recuerdan menos… o aumentarlas mucho cuando se regresa, y además encontrar otras… o buscarlas.
Pero, por fortuna, al regresar suelen aparecer muchas cosas que no se habían visto al salir, a manifestarse otras tantas y a descubrirse las ignoradas; y es justamente por eso que don Agustín Nieto Caballero le decía a sus estudiantes del Gimnasio Moderno, en Bogotá, que lo mejor de un viaje era el regreso, y lo repetía cada vez que volvía de sus frecuentes viajes. Lo que se aprendió al salir y lo que se valora y descubre al regresar, tanto para la vivienda como para la ciudad, y más si entonces se entiende que son inseparables y complementarias, es que siempre se suman o restan una a la otra, lo que indica en cada caso cuál es prioritaria.
Hay que salir de casa a la ciudad o al mundo para que al regresar germinen las cosas que se dejaron sembradas y broten las ocultas. Facilita lo de “conócete a ti mismo” que recomendaba Sócrates, y habría que agregar: conozca su lugar en su ciudad y su país para que pueda comenzar a ser ciudadano del mundo; y viaje más y mejor por diversas partes para vivir mejor en la ciudad de la que entonces será ciudadano, y no continuar siendo apenas un habitante más. Y recordar que ciudad y vivienda son inseparables y complementarias, que permanentemente se sale de una para entrar en la otra: que siempre que se sale se está entrando y viceversa.