El bien no es reconocido hasta que no es perdido. Así pasa con tantas cosas cuando faltan o se alejan. Sobreviene un golpe de nostalgia si alguien de nuestros afectos que ha estado toda una vida en “el lugar de siempre, en la misma ciudad y con la misma gente”, como dice la canción, decide irse a vivir al otro lado del charco.
Se materializa algo que a la luz de las estadísticas era una tendencia sin connotación personal, otra realidad que ahora nos toca, la salida del país de colombianos con intención de no regresar. En estos días, íbamos en un taxi tres amigas, una próxima a partir, la otra ya residente en el exterior. Conversábamos sobre sus hijos lejos de Colombia, el señor taxista se sumó al debate orgulloso de su hija en Canadá. El tema en cuestión era el hecho de que una generación joven adulta, ya no tendrá el arraigo y afecto por su tierra como el de quienes crecimos e hicimos una vida aquí; no anhelan conservar lo de sus padres, solo andar livianos de equipaje, lo que en sí mismo no es malo.
Unos se van y otros consideran irse por diferentes motivos. El 49% de encuestados por las firmas CID Gallup e Invamer (Blue Radio) han pensado emigrar. Las razones varían según la edad y sus condiciones socioeconómicas, en el siguiente orden: falta de oportunidades laborales, alto costo de vida, miedo a la situación política del país o falta de seguridad. Según Migración Colombia, en el año 2022, salió de forma legal más de medio millón de nacionales que no regresaron, un incremento no visto antes, 2,7 veces del promedio.
Aún radicadas en otros sitios acogedores, decían las amigas, no se van del todo, una parte de nosotras se queda aquí, porque están las amistades, familiares, el barrio, los espacios y paisajes que nos habitan y permanecen en la memoria. En su caso, alzar vuelo a estas alturas puede obedecer a una mezcla de motivos, como disfrutar otros aires, la seguridad y contar con algunas certezas extraviadas en el país.
Es también cierto que, de cualquier modo, las raíces de quienes dejan Colombia persisten y les impulsa muchas veces a retornar y reencontrarse con lo suyo. Hay una riqueza social y una biodiversidad en el país tan grande, que a pesar de las graves dificultades que afronta, lo hacen viable y atractivo para volver un día. Según su gusto, para cada quien hay clima, regiones, culturas, gastronomía, amabilidad en la gente, buena disposición en la oferta de productos y servicios, especialmente el apoyo de auxiliares y un sistema de salud aun al alcance de gran parte de población.
El reto de las instituciones, el gobierno, empresas y ciudadanos en general, es remar para el mismo lado, sacudirse de ideologías, y más bien idear proyectos en función del bien común y oportunidades para el desarrollo personal y económico de los menos favorecidos. Si el propósito de marcharse se mantiene en esa dimensión en todos los estratos sociales (57% en el 4,5 y 6), la fuga de talentos y fuerzas sería una pérdida sensible para la Nación.
La incertidumbre en la economía y el debilitamiento de fuentes generadoras de empleo y comercio, restan posibilidades a los jóvenes y a las empresas de quedarse. De ahí la importancia de iniciativas como la de Compromiso Valle bajo el liderazgo de Propacífico, que reúne a empresarios, organizaciones y comunidad para la articulación de aprendizajes y emprendimientos. Un ejemplo a seguir para que no se nos vayan.