Por: monseñor Rodrigo Gallego Trujillo, obispo electo de Palmira.
Nuestra época nos está mostrando diversidad de ‘hambres’ que necesitan ser saciadas. Lo contradictorio es que, en muchas ocasiones, buscamos saciar el hambre con ‘alimento chatarra’ que poco o nada nos nutre. Me refiero a las hambres espirituales que surgen como consecuencia de la ausencia de Dios en la vida interior y de no proyectar la vida misma en el servicio a los demás.
El Evangelio de este domingo nos muestra dramáticamente las consecuencias de quedarnos buscando saciar las apetencias mundanas y descuidar lo más importante, en la persona, que es la vida interior. Si hay vida interior -oración-, hay equilibrio por cuanto, todo va teniendo una jerarquía de opciones y una capacidad inteligente para rechazar “aquellos alimentos que nos hacen daño” (egoísmo, indiferencia, acumulación de enfermiza de bienes, etc.) y, crean un vacío interior que lanza al sinsentido, llegando hasta desear la muerte como vía de escape.
Cuando Jesús nos invita a trabajar por “el alimento que perdura hasta la vida eterna”, nos está dando clave para vivir: ordenar la vida con lo esencial, cuidar la serenidad, servir, ser sensibles a las necesidades de los demás; sencillamente, es aprender a tener los ojos fijos en el Cielo y los pies firmes en la tierra.
Un corazón noble -sea creyente o no- siempre busca el bien propio y lo proyecta hacia los demás. Si esto lo asumimos con claridad, ayudaremos eficazmente al cambio de nuestro entorno y podremos aportar al anhelado cambio en la Patria. Si, por el contrario, el egoísmo sigue gobernando, y la indiferencia frente al otro -que es mi hermano- nos “manda”, estaremos buscando “el alimento que perece”, aquello que nos da “hartura de momento” pero crea un hambre mayor y terrible.
Cuando, desde la fe, consideramos que Cristo es el Pan de la vida que nos sacia plenamente los más profundos deseos del corazón y nos aleja de los “alimentos mortales”, nos enrutamos hacia la verdad y en la verdad hallamos la auténtica y permanente alegría, a veces, tan esquiva.