Entre nuestra especie existen unos seres o personas muy especiales que, sin tener el título, son unos maestros de vida. Gente que hace mucho sin buscar reconocimiento ni aplausos, van por la vida desapercibidos, pero dejando una estela de humildad y buena vibra. Todos los días hay mucho que aprender de ellos. Voy a citar ejemplos de a que me refiero.
Caminando por la montaña de Cristo Rey me encontré con un joven que al principio pensé que estaba invadiendo (un juicio apresurado como solemos hacer). Resulta que estaba dedicado a sembrar unos pocos árboles, le pregunte que quien lo patrocinaba a lo que me contesto, que nadie, lo hacía de su propia voluntad y con sus escasos recursos, ya que durante la semana trabaja en una empresa como empleado y el domingo sube a cuidar, los que ya ha sembrado y a llevar unos pocos más, ya que sube a pie. Tiene una técnica de riego por goteo con unas botellas de plástico que, por evaporación, mantienen el terreno húmedo por un par de meses. Lo más bonito es que me contó que su gusto por sembrar lo heredó de su abuelo y que lleva años haciéndolo y sabe cuáles son los árboles que debe sembrar, en qué momento y el sitio adecuado. Llevo años recorriendo esa montaña y he visto muchos buenos intentos de reforestación, pero ninguno tan exitoso como este, que es hecho con mucho amor, técnica y constancia.
Otro ejemplo de estos seres maravillosos, es el de un personaje de nombre José, que en la cuadra del barrio El Lido donde tengo mi oficina, llega todos los días con sus escobas a barrer la calle y los antejardines. Lo hace con una cara de bondad y sin ningún interés. Lo bueno es que ya varios vecinos le damos café y pan y le contribuimos con algo de dinero. Es hermoso porque siempre tiene una sonrisa en su rostro. Igualmente, pasa un reciclador mayor con su carreta recogiendo material de reciclaje, muchas veces pasa cargado, arrastrando la pesada carreta para su edad, pero igualmente siempre con unos “buenos días” en su boca.
Bueno, y para no ir muy lejos, hay los ejemplos de personas que trabajan para uno con una devoción y una entrega encomiable. Hago un reconocimiento a mi gran colaboradora Cecilia, que lleva años agendándome mi impaciencia sin chitar, un verdadero ejemplo de nobleza. Eso me hace reflexionar de que muchas veces no agradecemos todos los privilegios que tenemos, que nos sentimos más, porque tenemos más plata o porque pertenecemos ‘a gente distinguidamente bien de tierra caliente’ y no valoramos que lo esencial está en lo sencillo y el respeto. Que muchas veces son más felices personas más humildes que nosotros con nuestra arrogancia.
Yo, por mi parte, tengo una gran tarea en la cual trabajar, ‘la paciencia’. ¡Gracias al universo por todos esos seres anónimos que son los verederos maestros! ¡Dios los bendiga!