Si algo ha hecho la humanidad a través de los años es moverse de un lado a otro. En pequeños grupos, en aventuras individuales o en grandes muchedumbres. Por ello, no debería sorprendernos el fenómeno actual de las migraciones, que se ha convertido en tema obligado de atención por parte de gobiernos y organismos internacionales.

Quienes habitamos el continente americano somos todos producto de movimientos humanos. Los aborígenes son en realidad asiáticos que a través del estrecho de Bering iniciaron hace aproximadamente diez mil años un lento proceso de poblamiento. Europeos y afros comenzaron a migrar a nuestro continente tan pronto fue descubierto por Cristóbal Colón.

Hoy Europa se asombra ante la cantidad de migrantes que por todos los medios buscan llegar al Viejo Continente. El propio presidente español, Pedro Sánchez, acaba de visitar Mauritania, Gambia y Senegal en la búsqueda de acuerdos que frenen la migración desordenada e ilegal, pues el destino de las rutas ilegales (las islas Canarias) están a reventar.

La realidad económica muestra una angustiosa falta de mano de obra en los países desarrollados. Según Pedro Sánchez, “la migración no es un problema, es una necesidad”. España ensaya el modelo de “migración circular”, según el cual los trabajadores son contratados en sus países de origen para desempeñar labores por periodos determinados, al cabo de los cuales el migrante debe repatriarse.

La afluencia de inmigrantes es tanta que en los países de Europa los políticos de derecha extrema han convertido el repudio al migrante en tema de agitación.

Surgen peligrosas tendencias xenófobas y nacionalistas que hacen recordar los terribles años del racismo europeo. El tema de los movimientos humanos ha llegado a la América actual con un peso impactante. Son millones los que pretenden entrar a Estados Unidos en la forma que sea. De hecho, la actual campaña presidencial de ese país muestra a un Donald Trump duro e intransigente en materia de migración y a la candidata Kamala Harris evitando hacer del asunto un punto de discusión permanente, aunque pide que en la frontera sur los migrantes cumplan la ley.

Los colombianos no nos escapamos del problema. Nuestra vecina Venezuela, víctima de la estupidez madurista, se ha convertido en expulsora permanente de individuos que no encuentran acomodo ni personal, ni económico, ni político dentro del régimen chavista. Se calculan en ocho millones los integrantes de la diáspora venezolana; dos millones de ellos en Colombia.

No podemos escapar de las consecuencias del robo electoral del 28 de julio en Venezuela. Nuestra frontera de 2200 kilómetros, muy imbricada y con nexos de doble vía, hace temer que si el robo madurista no es arreglado pronto, se desate una nueva ola de venezolanos expulsados de su patria. Ya el gobernador de La Guajira enciende las alarmas sobre el crecimiento del éxodo.

Una nueva modalidad de rechazo al forastero se presenta en la actualidad. Se trata de la llaman ‘turismofobia’ y ha explotado en los lugares más turísticos de España:

Barcelona, Baleares, Canarias y Compostela. Los residentes están hartos de los migrantes de corta estadía que van a emborracharse y a hacer de las suyas. Hace diez o veinte años los recibían con bombos y platillos, hoy les echan baldados de agua. Increíble, pero cierto.