La primera fiesta decembrina que hubo en Ulpiano Lloreda la hizo mi padre. Mi viejo organizó a los pocos vecinos que había en el barrio y les pidió a los del 7 de Agosto que les dejaran tirar una línea ilegal de energía. Y luego mi madre y sus vecinas juntaron lo poco que tenían en la cocina para preparar tamales. Y entre todos armaron una rumba de Año Nuevo legendaria.

Durante mi niñez vi repetir ese mismo ritual miles de veces. Nos juntábamos para tender andenes, tirar una plancha, sacar agua de las casas en las inundaciones, hacer verbenas con empanadas, jugar un partido de fútbol o sepultar a un muerto. Dentro de mi casa se hizo una vaca milagrosa para pagarme el primer semestre de universidad.

En el barrio aprendí una lección poderosa que me ha permitido avanzar en la vida: el valor de la confianza. Allá entendí que confiar es simplemente reconocer ese lazo de humanidad que me une a los demás. Allá me enseñaron, con acciones, lo que el poeta brasileño Thiago de Mello definió bellamente con palabras: “Queda decretado que el hombre confiará en el hombre como un niño confía en otro niño”.

Y hoy recuerdo todo eso porque me tiene sorprendido el grado absurdo de desconfianza que se ha desatado frente a una idea sencilla que solo busca unirnos para mejorar: la creación del Área Metropolitana del Suroccidente, Amso.

Se ha propagado todo tipo de sandeces delirantes: que Cali se va a robar el agua de Palmira, que se va a apropiar del Aeropuerto, que va a imponer un alza de impuestos.

‘Vender miedo’ es una receta típica de muchos políticos hoy, pero me sorprende que haya gente dispuesta a dejarse manipular con ella. Porque no hace falta nada más que sentido común para entender que si Cali, Palmira, Jamundí, Candelaria, Dagua, Puerto Tejada y Villa Rica se unen para trabajar juntos, ganamos todos.

En realidad, la Amso ya existe en la práctica. Los habitantes de esos siete territorios trabajamos, producimos, nos movemos y creamos juntos. Tenemos sueños comunes. Compartimos conexiones, visiones y hasta emociones en el día a día. De lo que se trata ahora es simplemente de oficializarla con una votación el próximo domingo. Si lo hacemos, podremos gestionar dineros del Gobierno Nacional que nos ayuden a mejorar a todos. Y resolver problemas que solo se solucionan si nos unimos.

Me sorprende, además, ver a algunos supuestos líderes defendiendo posturas medievales a estas alturas de la vida. Si hay algo que defina a esta era globalizada e hiperconectada en la que vivimos es el espíritu de la construcción colectiva. Quien hoy todavía se asuma como señor o señora feudal, dentro de una burbuja desconectada del mundo, más temprano que tarde será relegado por otros.

Medellín, Barranquilla y otras ciudades que ya crearon sus áreas metropolitanas así lo entendieron. ¿Vamos a dejar que Cali y sus vecinos se queden atrás?

Si usted siente orgullo por lo que hicimos con la COP16, lo invito a que el domingo se quite la pereza y vote por la grandeza. Vote SÍ a la creación de la Amso, para que hagamos cosas aún más potentes.

Yo lo haré como un acto de rebeldía. Porque en este tiempo gris en el que la desconfianza es moneda de cambio, quiero honrar la lección que aprendí en el viejo barrio: que todos estamos, irremediablemente, condenados a la hermandad.