Si alguien trataba de imaginarse la personificación de la anarquía en una sociedad, le basta hoy mirar a Haití, país en estado de caos tal, que nos podría llevar a pensar en por qué las sociedades prehistóricas terminaron organizándose de alguna manera, siempre de la mano de los más fuertes. Eran posiblemente sociedades anárquicas, en las que cada uno se valía por sí mismo, para alimentarse, resguardarse, procrear y cuidar a las crías, siempre al acecho de otros. Todo se valía.
Cuando Moisés, de acuerdo con la narrativa judía, recibió de Dios, los diez mandamientos, entre los cuales estaban: no matarás y no robarás, es plausible pensar que en aquellos días era aceptable o necesario, matar y robar, quizás para asegurar la supervivencia. Cuando la población se volvió sedentaria, en que debía compartir espacios y recursos, hubo necesidad de organizarse para, precisamente, eliminar la anarquía y crear un orden social. Cómo ocurrió ese proceso es aún debate de historiadores, paleontólogos, arqueólogos y teólogos. Es evidente que las religiones, surgieron en ese entorno, y sirvieron para crear un orden social, unas jerarquías, unas leyes. Sirvieron para forjar las civilizaciones.
Cuando vemos lo que ocurre en Haití, en que las pandillas y grupos armados se diputan territorios, destruyen propiedades, violan, saquean, asesinan, destruyen, todo con total impunidad. Surge la pregunta: ¿Cómo se sale de ese caos y se restaura el orden social?
El primer ministro, Ariel Henry, quien asumió las riendas de Haití tras el asesinato del presidente Jovenel Moïse por mercenarios colombianos y que poco poder ostentaba a pesar de su cargo, ya renunció desde Puerto Rico, pues no pudo volver al país. Las misiones extranjeras están evacuadas a su personal, el contingente de Policía, que iba a llegar de Kenia, pospuso su plan y la población padece todo tipo de carencias. Escasean los alimentos, agua, medicinas, combustible y las de por sí endebles instituciones estatales están paralizadas. La llamada comunidad internacional, fracturada por estos días, no ha logrado engendrar algún tipo de ayuda, temerosa de esas medicinas que ya han fracasado en el pasado en Haití, como la intervención de cascos azules o de ‘países amigos’. Caricom ha buscado liderar una transición, pero su poder es muy limitado.
Los pandilleros entre tanto se relamen, acrecientan su poder, se hacen a más territorios, esperando una negociación con alguien de la que puedan extraer las mayores concesiones, léase dinero y poder. ¿Quién será ese alguien? ¿La ONU, desprestigiada y rota, Francia, la antigua potencia colonial responsable de lo mucho que ha sufrido el país, Estados Unidos, que por estos días de campaña electoral quizás no se aventuraría a una intervención cuyo éxito es cuestionable? ¿Canadá? ¿Quién?
¿Las elites haitianas, las más depredadoras del continente que financian a las pandillas, serán capaces de ordenar un país al que han quitado todo para vivir con lujos en Miami y Montreal? ¿Existe una sociedad civil capaz de asumir un rol constructivo para rescatar al país y reinventárselo?
Volviendo al comienzo de este escrito, ¿cómo una sociedad en estado de total anarquía, en la que los valores, principios y leyes de convivencia no existen, puede establecer un orden social, un sistema inclusivo que elimine la violencia primaria, instaure el respeto al prójimo y genere esperanza? Amanecerá y veremos, o no.
Haití, el segundo país libre de América, contradice el adagio de que no hay mal, que dure cien años. Por ahí hace rato pasó.