Que las personas que son tratadas con consideración y afecto, y tienen unas interacciones gratas con allegados, viven y envejecen mejor, es un hecho que ha sido confirmado una y otra vez, por la observación clínica y corroborado en múltiples investigaciones. Es algo tan obvio como que una buena salud se relaciona con el comer balanceadamente, tener buenos hábitos y hacer ejercicio.
Los factores estresantes son inherentes a la vida normal y, querámoslo o no, contribuyen al proceso de inflamación celular asociado a la enfermedad y al envejecimiento prematuro.
Las personas enfermas, además de tener los problemas normales de la vida, deben enfrentarse a las circunstancias, muchas veces amenazantes, de su proceso patológico. Por esa razón, es altamente recomendable mantenerse lejos de los médicos malos, es decir los alarmistas, crueles, insensibles, inapropiados, comerciantes o prepotentes, así estén de moda.
Por el contrario, el solo hecho de sentirse que se está frente a un profesional compasivo que escucha con atención, disminuye la ansiedad, alivia el estrés y refuerza las defensas inmunitarias.
El mejor médico es un ser humano capaz de entender y sentir empatía por la persona necesitada de ayuda, de ponerse en sus zapatos y de transmitirle que está interesado en su caso. Ese apoyo lleva un mensaje de tranquilidad a todo el organismo y rompe el círculo vicioso del estrés crónico.
La atención franca que se le presta al paciente indica que el médico quiere ayudar. Esa es la esencia de una buena práctica médica. Cuando se establece la conexión de ese médico con su paciente, se operan dentro del organismo de este último una serie de reacciones positivas.
Los siguientes son comentarios típicos de pacientes que encuentran a un médico que les genera confianza:
“Sentí que realmente me escuchó”.
“Las palabras de ese médico me llenaron de paz”. “Con el solo hecho de escucharlo ya me sentí mejor”. “Empecé a ver mi problema en una perspectiva menos amenazante”. “Salí de su consultorio con una visión más positiva de mi situación”. “Ni siquiera me había recetado nada y me sentí mejor”. ¿Qué fue entonces lo que hizo ese médico?
*Se tomó el tiempo, dentro de su ocupadísima agenda, para escuchar con respeto a su paciente y para hacerle unas pocas preguntas sobre su vida, lo cual dejó en claro que tenía un interés legítimo.
*Hizo recomendaciones claras y concretas que le sirvieron al paciente para enfrentarse con suficiente información a sus problemas médicos, así fueran graves.
Las pocas veces que el profesional intervino (sin faltar a la verdad), sus comentarios llevaron al paciente a reafirmar los aspectos más positivos de su situación personal, a superar el pesimismo, sentirse respaldado, salir del aislamiento y ahuyentar sus miedos.
En suma, fue fiel a uno de los principios básicos del ejercicio de una práctica médica humana: Siempre es posible, aún ante las peores circunstancias, decir algo positivo.