Germán Martínez R., vicario para la Educación.

En este domingo 8 de octubre resuena en los templos un pasaje evangélico lleno de símbolos religiosos: la planta de la uva, es decir, la viña, su propietario, sus cuidados por dicha planta, la recolección de los frutos, la violencia, la muerte.

En el Antiguo Testamento, el gran profeta Isaías nos entregó ‘la canción de la viña’ (capítulo cinco), un poema de un amor fracasado. El amor no es solo sentimiento, sino obras y de ambas partes (amor con amor se paga). Con sus trabajos de amor, Dios buscaba que su pueblo se amara y se respetara: “Esperó de ellos derecho, y ahí tenéis: asesinatos; esperó justicia, y ahí tenéis: lamentos” (Isaías 5,7). De entrada hay que decir que la parábola usada en Mateo 21, 33-46 tuvo una triste historia antijudía por parte del cristianismo: “Dios justamente rechazó a aquellos que tramaron contra su Hijo” (escribió Ireneo de Lyon, Contra los herejes 4,36,2 en el Siglo II).

La terrible realidad del Holocausto nos ha abierto por fin los ojos para comprender otra realidad. En el pasaje del evangelista Mateo el reproche no se dirige al pueblo, sino a sus dirigentes que desecharon la piedra fundamental, ellos son los destinatarios de la amenaza y del juicio de Jesús de Nazaret. Nos da también una luz interpretativa Pablo de Tarso en su Carta a los Romanos: “El llamado a Israel es irrevocable” (11,29). La novedad de la parábola de Jesús consiste pues en la condición de permanencia al reino de Dios, a su señorío definitivo, es decir, a las relaciones nuevas que el mismo Jesús inaugura: solamente quien reconoce ese señorío divino cumple la voluntad divina.

Pero ojo, esa afirmación no tiene nada que ver con un piadoso individualismo. Los destinatarios de la oferta divina son siempre un pueblo, una comunidad: “Tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo” (Juan 3,16). Un individualismo en la esfera de la historia de la salvación es inconcebible en la Biblia. Cuando oramos con el Padrenuestro decimos “venga tu reino”, es decir, pedimos que Dios sea reconocido, que construyamos entre todos un espacio de paz y de respeto mutuo. Ahora se entiende mejor los de los frutos: Según la Biblia el fruto es el resultado de una actividad, es la expansión y aumento de la vitalidad, ese es el significado de la imagen del grano de trigo y de la vida. Dar fruto proviene del amor y cuidado de Dios por toda la humanidad, quienes producen fruto son dóciles al Espíritu de Dios que actúa en todos y los empuja al amor y a la entrega generosa. Decía el gran P. Ricoeur “el símbolo da qué pensar”. Tal vez hoy, domingo, tiempo para descansar, el Evangelio nos ponga a pensar un poco en sus símbolos.