Del Papa para abajo, personalidades del mundo espiritual hacen llamados a la reconciliación. El mundo no puede con más polarización. Hay quienes ven el regreso de guerras civiles y especulan sobre la impensable hecatombe nuclear. Los odios se centran en la confrontación de ideas. Libertad económica y propiedad privada contra control estatal y función social de la propiedad. Mercado contra el control de precios. Apertura económica contra el proteccionismo, tolerancia racial contra racismo, nacionalismo contra xenofobia, aceptación de diversidad contra homofobia, colectivismo contra individualismo, religión contra el ateísmo, ciencia contra mitología. En fin, capitalismo contra socialismo. La lista es larga y cada cual se incorpora a la tribu que más lo representa o le conviene.
Hay dos errores muy comunes en la clasificación de dos bandos.
El primero es creer que son bandos uniformes. Se puede creer en la libertad económica y ser fundamentalista religioso, o ser socialista homofóbico, partidario del comercio internacional. Eso explica la frustración de tantos con sus elegidos que terminan discrepando en muchos temas y la necesidad de crear sectas político-religiosas para lograr una masa confiable de fanáticos.
El segundo error es más grave y consiste en creer en el ‘sistema’ como la definición de las reglas de interacción que arregla todo. En ese marco teórico no hay duda que el socialismo es el mejor. Todo está resuelto con justicia y equidad y por eso resulta tan atractivo para los incautos y para quienes se valen del discurso para trepar.
Pero en la vida real todo sistema está operado por humanos. Los hay santos, éticos, correctos y se dan silvestres los pillos, los ambiciosos, los tramposos, los manipuladores y los criminales. El problema del ‘sistema’ es como estimular los unos y controlar los otros. Y la muy sencilla razón por la que la libertad económica, social, religiosa, de comercio, de movimiento resulta siendo mejor que el dirigismo, el control social, el nacionalismo, las barreras, está en la concentración de poder. Si el gran líder socialista resultase un buenazo, ético, correcto, justo, que se logra rodear de unos 1500 del mismo calibre, e inspiran con su ejemplo a todos, se lograría el paraíso socialista. Pero eso no ha ocurrido nunca en ninguna parte porque quienes llegan al poder suelen ser ambiciosos, desmesurados y los pocos que los rodean se corrompen e imponen un sistema de privilegios rígido que no tolera la crítica ni acepta ajustes.
En el capitalismo se dan de igual forma los mismos vicios y sin ética, se vuelve salvaje, monopólico, abusivo. La diferencia es que hay controles, hay competencia, hay constante conflicto entre los distintos poderes. Los tres del Estado, la prensa, el empresariado, los sindicatos, las organizaciones gremiales y sociales están constantemente chocando, controlando, impidiendo que uno o más grupos abusen de los demás. Por eso es tan fácil criticarlos, y destacar sus errores, generando la frustración general e insatisfacción con deseo de ‘cambio’. Pero también por eso terminan desarrollando sociedades más justas y prósperas a pesar de los lamentos de los beneficiados.