Ya están presentándose candidaturas presidenciales para la contienda de 2026, con muchas de ellas diciendo lo harán por firmas de ciudadanos. Por alguna razón misteriosa, la política nacional le abre paso en cada campaña a algo que es contraevidente en la historia: la principal fuente, casi la única, de candidaturas que tienen opción de competir por la presidencia es lo que despectivamente se llama ‘el establecimiento’.

Cuando hablo del establecimiento, me refiero a la estructura partidista de la derecha, el centro y la izquierda, donde los políticos forman su experiencia electoral, administrativa y organizativa. Desde 1990 las elecciones muestran que ni el sistema ni los electores aceptan jugadores externos y novatos. También, que las candidaturas independientes o por respaldo ciudadano, suelen ser de políticos formados largamente dentro de las estructuras políticas tradicionales, donde adquieren experiencia electoral, administrativa y partidista, y que de la independencia regresan a los partidos.

En estos 35 años solo hubo dos eventos atípicos: en 2022 con Rodolfo Hernández y en 2006 con Antanas Mockus. De ellos, solo Hernández fue realmente viable, pues Mockus quedó de cuatro con el 1,23 % y a 1.250.000 votos del tercero, Horacio Serpa. Hernández, en cambio, fue derrotado por Gustavo Petro por una diferencia de solo 3,13 %, la más estrecha desde 1994, cuando Ernesto Samper le ganó a Andrés Pastrana por 2,12 %.

Salvo los casos de Hernández y Mockus, todas las campañas han sido competidas por personas bastante recorridas en la política. Gente del establecimiento, políticos profesionales. En 1990 fue entre César Gaviria, Álvaro Gómez, Antonio Navarro y Rodrigo Lloreda (estuvieron solo para animar también Regina Betancourt y Jesús García, más conocido como Mario Gareña). En 1998 fueron Pastrana, Horacio Serpa y Noemí Sanín. En 2002, Álvaro Uribe, Serpa, Luis Eduardo Garzón y Sanín. En 2006, Uribe, Carlos Gaviria, Serpa y Antanas Mockus. En 2010, Juan Manuel Santos, Mockus, Germán Vargas, Gustavo Petro, Sanín y Rafael Pardo. En 2014 Santos, Óscar Iván Zuluaga, Marta Lucía Ramírez, Clara López y Enrique Peñaloza. En 2018 Iván Duque, Gustavo Petro, Sergio Fajardo, Vargas y Humberto de la Calle.

Pero no es solo que los partidos son la fuente de los candidatos, es que son la fuente de su gobernabilidad, porque le dan, por un lado, parlamentarios y, por otro, mandatarios regionales afines para ejecutar el plan de gobierno nacional. Petro llegó al poder con 21 senadores y aun así su alianza parlamentaria ha sido difícil y costosa. La sonora derrota del progresismo en las regionales bloqueó la sintonía entre la Casa de Nariño y los mandatarios elegidos contra los aliados del gobierno en Cali, Bogotá, Medellín, Barranquilla, Cartagena y Santa Marta. Esa distonía le está costando al gobierno central y a las regiones.

Por ahora Juan Daniel Oviedo, Vicky Dávila, Juan Carlos Pinzón y Santiago Botero han dicho que se presentarán por firmas; muy probablemente lo tenga qué hacer Claudia López quien renunció a la Alianza Verde en febrero, pero es tan fuerte que le será fácil encontrar apoyo de un partido que sea estribo. Habrá que ver qué define, si define, Sergio Fajardo, que entre 2018 y 2022 redujo su votación en un 80 %, pero está en los primeros lugares en las encuestas, como hace cuatro años, cuando terminó pidiendo posada donde Rodolfo Hernández.

El Centro Democrático, el Nuevo Liberalismo y lo que se configure del proceso del Pacto Histórico presentarán candidatos de sus canteras. Entre estos y los candidatos que arrancan como independientes, pero provienen de los partidos, estarán los que disputarán una segunda vuelta, porque con la dispersión inicial será imposible un triunfo en primera.