“Si quieres una cerveza, un trago de vino y otro de anís, por eso no te preocupes que eso lo paga Roberto Ruiz”, decía el porro de Antolín Lenes en la voz del ‘Mello Turco’ con la Sonora Cordobesa, posterior éxito con la Billo’s Caracas.
El recuerdo viene ahora por estos días de fin de año, y tengo grabado el círculo amarillo de Disco Fuentes, en un acetato de 45 revoluciones por minuto, pero no puedo precisar cuál era la canción del reverso. Llegó a casa como todas las cosas buenas, en la alforja de un primo que decidió irse a vivir un tiempo en la costa Caribe. Lo había marcado, clarísimo, con su nombre, pero el disco se quedó ahí, junto a un pasodoble que afirmaba, no se compra ni se vende el cariño verdadero, ‘Noches de Cartagena’ con el sello Coco, distinguido por una palmerita.
Siempre me pregunté si Ruiz había sido un personaje real, alguien que llegaba a los sitios y le pagaba la cuenta a las muchachas y a otros desconocidos, solo por el puro placer de invitar y parrandear.
Colombia siempre ha estado en el eje del ser Caribe, no obstante su mayoritaria ubicación andina, y esa condición la bautizó en medio de las naciones bailadoras, gozonas, como Cuba, Puerto Rico, República Dominicana, así que cualquiera cosa que pueda ocurrir en el ámbito de la parranda, no es suceso extraño. Aquí música y baile hacen que se disuelvan las penas, y el sonido de una guacharaca, de una marimba, llaman al abrazo, hermanan familias, permiten bailar a un solo paso a quienes estuvieron separados por motivos familiares, económicos, políticos.
En la costa Caribe se volvió tradición dedicar un porro, un paseo, un vallenato, a algún personaje local, una costumbre que ha menguado con el tiempo, pues se cree que es de “mal agüero” recibir uno de estos homenajes. No sé cuál sería el destino del Gavilán Mayor, a quien mencionaban en un vallenato ‘allá en La Llanta, Guajira’, pero la verdad es que políticos y terratenientes, deportistas y escritores, estuvieron halagados alguna vez con estas menciones; Alfonso López, el Happy Lora, García Márquez – ‘Baila Gabo’ le dice Carlos Vives en una interpretación-, recibieron oportunamente su ofrenda musical, así como Pambelé y el propio Rafael Escalona, dado a cantar las glorias y desgracias de sus propios amigos.
A Roberto Ruiz no lo conocí, pero sí al poeta Hernando Socarrás, hijo -¿o nieto?- del Tite Socarrás, al que Escalona nombra profusamente en un paseo en el que aparecen el contrabando, el barco Almirante Padilla y picantes sucesos acaecidos en ‘Alta Guajira’. Cada vez que el poeta Socarrás llegaba a Cali, alistábamos los abrazos en compañía de Álvaro Burgos, quien lo veneraba como a un hermano.
Alguna vez, allá por 1993, me invitaron a hacer parte del jurado del Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar, y en ese cometido debía visitar todas las capitales colombianas para presentar el palmarés. Quiso el destino que en Barranquilla conociera a uno de los primos Sánchez, inmortalizados por Lucho Bermúdez: “Los primos Sánchez son muy parranderos/ los primos Sánchez son los primeros…”. Él era el gerente de Seguros Bolívar en Barranquilla y me instaló en el Hotel del Prado, con la alegría y generosidad propia del histórico porro.
El 7 de julio de 2004, en condiciones precarias, falleció Roberto Ruiz, sin que nadie se acordara que era el primero en pagar las cuentas, el de la alegría contagiosa que lo llevaba a vestir de blanco y a ser popular en casi toda la costa. Tuvo tanto hijos como Diomedes Díaz. Uno de sus 26 vástagos, Garibaldi Ruiz, le dijo a Roberto Llanos Rodado: “Él no tuvo plata, pero ganaba bien y el dinero le rendía; de ahí su generosidad con los amigos…”. De ello se desprende que la gracia no es ser rico, sino generoso. El desprendimiento de Roberto Ruiz quedó para siempre en la historia musical de Colombia.