La realidad indica que todos los Estados y sistemas subsidian. Algunos lo hacen con los combustibles, otros con la vivienda, los demás allá con los carros eléctricos o los peajes y en general una amplia gama de bienes y servicios. Sobra decir que los mercados no son perfectos y generan espacios de inequidad que corresponde al Estado corregir.
A los populistas se les va la mano en subsidios. Tal el caso de la Argentina Kirchnerista. En los últimos 25 años repartieron prebendas, subvenciones y subsidios a diestra y siniestra hasta prácticamente matar la gallina de los huevos de oro. Algo parecido sucedió en Venezuela, donde el chavismo tomó por asalto las rentas petroleras. Se estima que en el país vecino existen hoy 6 millones de empleados públicos.
Pero es muy difícil encontrar un ejemplo de asistencialismo burocrático como el que construyó en Colombia la vicepresidenta Francia Márquez en el publicitado Ministerio de la Igualdad. Algunos datos indican que hay en su nómina casi 800 activistas con una paupérrima ejecución presupuestal del 3 %.
En todas las latitudes, los Estados buscan racionalizar los subsidios para otorgarlos solo a las actividades socialmente productivas. Alemania, tras la llegada del huracán Trump, hace auto-análisis para revisar las prebendas que han llevado a ese país a lidiar con costos laborales muy altos y trámites demasiado engorrosos.
Francia, la otra potencia comunitaria, establece un “cordón sanitario” para impedir que productos agrícolas lleguen de Mercosur a obligar a los campesinos franceses a bajarse de las grandes subvenciones que reciben. El caricaturesco Elon Musk exhibe con orgullo una motosierra que simboliza los grandes recortes del gasto público federal en los Estados Unidos.
La pregunta importante es, entonces, ¿qué subsidiar? El punto ha sido tema de discusión con mi amigo Luis, un veterano banquero y economista de formación. Su respuesta consistente es que solamente deben subsidiarse activos duraderos, entre ellos la vivienda y la educación.
El primer rubro no ha sido bien tratado por el actual gobierno de Colombia. Hoy hay más de 100 constructoras en estado de insolvencia, el nivel más alto en 10 años. Los gremios ponen de presente el importante efecto multiplicador de la construcción, pero a nuestras altas esferas les llama más la atención protestar por la destrucción de Gaza.
Gravísima es también la situación de desamparo en que se ha colocado a miles de estudiantes tras la anunciada ola de recortes en las ayudas de Icetex. Es difícil de entender qué clase de país es el que cesa en la promoción y apoyo a los dirigentes y profesionales del futuro.
La respuesta brota rápidamente: es el país que, por prejuicios ideológicos, ha atacado a su propio sistema de salud tras treinta años de actividades benéficas, no exentas de problemas, pero con amplia aceptación de la ciudadanía.
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Posdata: Están de moda los consejos de ministros aparatosos y las ruedas de prensa estrambóticas. Aún no se disipa el asombro mundial con la diplomacia NFL utilizada por el quarterback Donald Trump contra el presidente de Ucrania Zelenski. “Me avergüenzo de mi nación; incluso si el Congreso actúa para apoyar y ayudar a Ucrania, no puede restaurar el honor estadounidense hoy perdido”. Son palabras de un redactor de la prestigiosa ‘The Atlantic’.