A mí me alegra enormemente que Tejadita tenga por fin un museo, y que la inauguración del mismo coincida con el centenario de su nacimiento en Pereira. Lo tiene más que merecido y debemos agradecer a Ángela Neuhaus que haya dedicado tantos esfuerzos en sacarlo adelante e inaugurarlo.
Ojalá en su modestia pueda contribuir a que el mundo del arte colombiano e incluso el internacional le tribute el reconocimiento que, afortunadamente, en Cali sus ciudadanos del común le han tributado, desde hace ya muchos años. Por lo menos desde que plantó en la ribera izquierda del río Cali, y a la altura del barrio Normandía, ese gato en bronce que es un hito de la ciudad y el motivo de inspiración de los artistas que, invitados por su sobrino Alejandro, han pintado numerosas variaciones del mismo.
Yo no alcanzo, sin embargo, a entender por qué el mundo del arte ha sido tan tacaño con Tejadita a la hora de reconocer en todo lo que vale su maravillosa obra. Tacañería reiterada por Adriano Pedroso, el curador de la edición de la bienal de arte de Venecia, que abrirá sus puertas al público el próximo mes de mayo. Y que se distingue de todas las ediciones anteriores porque, entre otras cosas, incorpora obras de una nutrida nómina de artistas colombianos, catorce en total.
Un récord, si se toma en cuenta, además, que Colombia es de los pocos países latinoamericanos que nunca han tenido un pabellón nacional en tan afamado evento internacional. Por tenerlo, lo tiene hasta Panamá, dicho con todos los respetos por nuestros queridos vecinos.
La elección de estos artistas es incuestionable y compone un abanico de edades, obras y tendencias que va desde clásicos como Enrique Grau, Alejandro Obregón o Emma Reyes hasta jóvenes como Iván Argote.
También hay obras de Lucy Tejada y yo aplaudo que estén allí para ser admiradas por los miles de visitantes de esta bienal legendaria. Pero ¿Por qué no está Tejadita? ¿Por qué tampoco Pedrosa ha sabido reconocer que su obra es un prodigio de audacia, imaginación y originalidad? E insisto en lo de la ‘originalidad’, porque él desde muy temprano en su carreta tomó un camino tan singular, que lo apartó de las estéticas hegemónicas o simplemente de moda, convirtiéndose así para los entendidos en arte contemporáneo en una rara avis.
No han querido aceptar que su escultura sea de madera y no de piedra o de metal y que en vez de imponente o solemne sea juguetona, humorística, colorida, sexuada.