Cada 7 de diciembre, en Colombia celebramos el Día de las Velitas, marcando así el inicio de la temporada navideña. Desde las grandes ciudades hasta en los más pequeños pueblos, millones de velas iluminan calles, parques y hogares. Esta celebración siempre ha tenido un especial significado, pues es prácticamente exclusiva de nuestro país y se convierte en un símbolo de unión, esperanza y gratitud. Pero ¿De dónde proviene esta celebración? ¿Por qué Colombia es el único país que la tiene incorporada en sus tradiciones?
El origen de esta festividad se remonta al 8 de diciembre de 1854, cuando el Papa Pío IX proclamó la bula o carta apostólica Ineffabilis Deus (Inefable Dios) donde declaró el dogma de la inmaculada concepción de la Virgen María; es decir, que Jesús había sido concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, en el vientre de María. Se cuenta que ese día los católicos de todo el mundo encendieron velas y antorchas para celebrar el acontecimiento y rendir tributo a la Virgen María. Así, el Día de las Velitas nació como preludio a la celebración del Día de la Inmaculada Concepción.
Sin embargo, aunque continúa manteniendo su matiz religioso, en Colombia ha trascendido para convertirse en una tradición familiar y una celebración simbólica donde las familias se reúnen para encender velas, pero también para compartir en unión, grandes y chicos, en torno a valores tan importantes por esta época y que la Navidad rescata, como la gratitud, la esperanza y la caridad.
La magnitud de esta tradición se refleja en cifras impresionantes: se estima que durante esta fecha se encienden alrededor de 400 millones de velas en todo el país, generando ventas por aproximadamente $70.000 millones de pesos. Esto representa cerca del 25 % de las ventas anuales de los fabricantes de velas, quienes lanzan al mercado hasta 240 millones de unidades para satisfacer la demanda de la temporada.
Cada región de nuestro país le imprime su toque especial, demostrando así nuestra riqueza cultural. Por eso, en el marco de esta celebración, alguna vez en la vida vale la pena estar en lugares que se engalanan preciosamente, como Quimbaya – Quindío, Villa de Leyva – Boyacá o Sabaneta – Antioquia, pueblos que realmente se convierten en verdaderas postales navideñas.
Encender una vela puede ser un gesto sencillo, pero su significado trasciende: cada llama puede representar una plegaria, un sueño, o un agradecimiento. Esta tradición nos enseña la importancia de celebrar lo cotidiano, de detenernos a valorar aquello que muchas veces damos por sentado: la presencia de quienes amamos, los momentos compartidos y aquellos instantes de felicidad que iluminan nuestras vidas. Nos recuerda que la verdadera luz no proviene de las velas, sino de los gestos de amor, solidaridad y gratitud que compartimos con los demás. En cada llama encendida, en cada sonrisa intercambiada y en cada palabra de agradecimiento, reside el espíritu de esta celebración, que sigue iluminando el alma de los colombianos, año tras año.
Así, cada 7 de diciembre, Colombia se viste de luces y esperanza, reafirmando la importancia de la familia, la gratitud y la unión como pilares fundamentales de una tradición que, más allá de lo religioso, se ha convertido en un emblema de identidad y cohesión para nuestro país.
Que en esta noche permitamos que la luz de cada vela nos inspire a buscar la paz, la unidad y la reflexión. Que sea una oportunidad para fortalecer los lazos familiares, compartir con nuestros vecinos y renovar nuestro compromiso con una convivencia armoniosa. Al encender cada vela, encendamos también la esperanza de un futuro más luminoso para todos. @Juanes_angel