Esta semana se celebró el día de Acción de Gracias, o Thanksgiving en Estados Unidos. Esta celebración, quizás la más importante en este país, conmemora la primera cosecha desde la llegada de los colonos del barco ‘Mayflower’ a la colonia de Plymouth en Massachusetts en 1621. Según la historia, en forma de agradecimiento por la abundancia, los recién llegados compartieron un gran banquete con indígenas nativos. Desde entonces, el cuarto jueves de noviembre se marca este día en familia con una cena de pavo acompañado de relleno de pan, papas, arándanos y pastel de calabaza. Las familias americanas, de todas las religiones y orígenes muchas veces regadas por el país, viajan a sus casas a celebrar esta linda fiesta. Entre las tradiciones del Thanksgiving como es el desfile en las calles de Nueva York, está también una ceremonia medio ridícula que se lleva a cabo desde el jardín de la Casa Blanca, en la que el Presidente indulta uno o dos pavos, que este año el evento sirvió como una informal despedida de Joe Biden.

Durante esta semana, en la que la mayoría descansó en casa o aguantó el frío en la fila de las rebajas de ‘Black Friday’ en todas las tiendas del país, hubo dos noticias importantes que reflejan el momento de transición y el ambiente tenso que se vive en el país. Los meses entre la elección presidencial de noviembre y la posesión del nuevo mandatario en enero la política se desarrolla en pantallas paralelas: A la vez que Trump toma las riendas, en estas primeras semanas se firmó, con la ayuda del gobierno de Biden, un tenue cese al fuego entre Israel y Líbano que intenta poner fin a los combates que se mantienen desde hace más de un año entre el ejército israelí y Hezbolá. La Casa Blanca espera que en los dos meses que le quedan, se pueda llegar además, con ayuda internacional, a un acuerdo en la guerra de la franja de Gaza. Si lo logra, Joe Biden sellará con broche de oro su larga carrera política. La misma semana, un Trump envalentonado anunció un ataque comercial a China, México y Canadá, sin duda una muestra de fuerza anticipada.

Mientras Biden perdona pavos y se enfoca en la geopolítica, Trump parece estar ya instalado en el gobierno. Además de prometer aranceles agresivos a sus rivales, anuncia sus planes para detener y deportar a los inmigrantes. En los últimos días escogió el resto de su gabinete, donde continúa mezclando candidatos más moderados con figuras controvertidas y radicales. A diferencia de su primer gobierno, donde se rodeó de algunos republicanos tradicionales que casi ni conocía, muchos de los cuales escribieron libros criticando al jefe, hoy ha seleccionado un grupo que consiste de amigos y simpatizantes. Sobresalen Robert F. Kennedy Jr, antivacunas, como secretario de salud, y la excongresista Tulsi Gabbard, simpatizante de Rusia, como cabeza de la CIA. Hay otros más moderados, como el secretario del Tesoro, Scott Bessent, y el de Estado, Marco Rubio. El común denominador de su gabinete es la lealtad a Trump, la diversidad de personalidades y oficios, y el desdén que manifiestan frente al manejo de los puestos que aspiran a llenar.

Los próximos meses de festivos y cambio de mando serán coloridos. Los protagonistas: un presidente envejecido y dolido que intenta cimentar su legado, la derrotada Kamala Harris buscando rebotar y buscar su propio espacio, y un reencauchado Trump que se acomoda triunfante en el poder. Pero el mundo sigue, y justo en estas semanas de transición, la agenda dentro y fuera de los Estados Unidos es compleja. Los dos conflictos mundiales, entre Rusia y Ucrania, y entre Israel y Gaza siguen escalando y requieren la unión de la comunidad internacional. Las guerras comerciales que amenaza el nuevo gobierno son contraproducentes y generan asimetrías y distanciamientos y riesgos de la relación entre aliados tradicionales. Trump empezó temprano su cuatrienio con bombos, controversias y platillos. Nos espera, al país y al mundo, un gobierno americano ecléctico, una oposición debilitada, y cuatro años de titulares.