A mi canal de YouTube llegó este mensaje: “Donald Trump demostró en 4 años ser el presidente más pacífico de la historia sin iniciar ninguna guerra, sino con sabiduría, hacer tratados de paz entre países enemigos. Muy diferente a Obama. Ojalá vuelva a ganar en 2024 para traer la paz mundial. Trump es un ejemplo de ser humano, inteligente y sabio, es perfecto, pero ha sido el mejor y el tiempo lo ha demostrado”. Me impacta porque yo veo algo muy, muy diferente. Pudo ser escrito por un provocador, una bodega o alguien que honestamente piensa así.
Entre mis pacientes de EE. UU., hay gente muy preparada, con mesura y equilibrio que consideran que Trump debe volver. Para ellos su filosofía y conducta son admirables, un modelo a seguir. Esa es su manera de ver la realidad. ¿Por qué yo (y otros) vemos a Trump, (la misma realidad) de forma tan distinta? ¿La realidad no dizque es una? ¿Lo que hay afuera no es igual para todos?
Y claro surgen las inquietudes. ¿Existen tantas realidades como individuos? ¿Por qué la aplastante diferencia entre un observador y otro? ¿Por qué mi verdad es más cierta que la de los otros o la de mi remitente más real que la mía? ¿Estamos en una Torre de Babel? Lo que nos llevaría a un caos absoluto porque la realidad de unos tendría que imponerse a la fuerza o (paraíso terrenal) llegar al respeto por la diferencia, por la verdad de cada quien.
Y entonces, ¿cómo gobernar? ¿Cómo convivir? Las diferentes verdades muestran diferentes realidades. No es ni terquedad, ni obsesión. Se ve distinto. En lenguaje más elemental, mi realidad es lo que pienso y creo. La Física Cuántica ha demostrado que dependiendo de quien observa, lo observado es diferente. Tres observadores, por ejemplo, construyen tres realidades distintas, tres resultados diferentes.
Somos lo que pensamos. El pensamiento nos construye y construye nuestra realidad. Aún más, perfila nuestra salud física y mental. Bruce Lypton habla de la “biología de las creencias” porque lo que creo, mi creencia, se vuelve sangre, huesos, músculos, hormonas, cortisol. Lo que creo se vuelve identidad. Las creencias terminan definiendo lo que somos. Entonces una conversación debería ser una escucha de diversas posiciones, nunca una tarea de convencimiento o de imposición. En teoría no debería molestarme por la ‘verdad’ del otro, es su verdad. Dialogar es escuchar, jamás convencer. Ni la burla, ni el sarcasmo, ni la ironía, son elementos respetuosos de la diferencia. “Lo que yo creo” es mi teoría, pero no tengo ningún poder o derecho para agredir con ella tratando de imponerla.
Cualquier asunto: Corte Suprema de Justicia politizada o imparcial; Bukele bueno o malo; Gaza, culpables o víctimas; Panamericanos perdimos o ganamos; Milei agrede o salva a Colombia; Griselda educa o magnifica; Israel, genocida o legítima defensa… Estoy citando ejemplos de hechos de los últimos días donde no hay argumentos que alineen del mismo lado. Creencias, pensamientos y emociones, tan pero tan personales, llevan a este caos ideológico que desemboca en las agresiones más terroríficas. No hay una verdad universal. Son el poder y el miedo, los indicadores más definitivos de qué verdad se impone. Pero arrasando con cualquier opción de conciliación está el miedo. Tu verdad no es la mía, pero la tuya me es peligrosa.