El suicidio son muchas cosas al mismo tiempo. Un grave problema de salud pública. Un verdadero rompecabezas para los profesionales del comportamiento humano que son consultados especialmente antes, pero también después del evento fatal. Un secreto impenetrable que el suicidaguarda celosamente. Una fuente inagotable de dolor y confusión para los familiares y allegados que lo sobreviven.

No existe una sola causa para el suicidio sino una multitud de circunstancias asociadas, entre las que se pueden mencionar:

*Un estado depresivo manifestado por tristeza, pesimismo, pérdida del interés y placer en las actividades diarias.

*Cambios súbitos que oscilan entre una gran tristeza y una gran alegría. (Lo que podría corresponder a un trastorno bipolar).

*Evasividad progresiva en la cual la persona se va volviendo cada vez más impenetrable, aislada, desinteresada y silenciosa y se va a distanciando hasta de sus amistades y familiares más cercanos.

*Estado de desesperanza en el cual la persona siente que su vida carece de sentido.

*Fascinación o preocupación obsesiva con la idea de la muerte o las ideas de autodestrucción.

*Sentimientos irracionales de culpa.

*Estado desesperado producido por muchas circunstancias que van acorralando a la persona en una “sin salida”; personal, médica, familiar, legal, social, económica o de cualquier otra naturaleza.

*Estado de angustia severo.

*Alucinaciones auditivas, producto de un proceso psicótico, que le ordenan a la persona quitarse la vida.

*A lo anterior se agrega la ingesta de alcohol u otras drogas en cantidades suficientes para alterar el estado de conciencia y los mecanismos de control del individuo.

En tales circunstancias emocionales, las posibilidades de quitarse la vida aumentan considerablemente. La complejísima trama de pensamientos que cruzan la cabeza de un suicida antes de cometer el acto fatal es infinita y extraordinariamente difícil de dilucidar, predecir y prevenir. Entre otras razones porque el verdadero suicida, el que está dispuesto a quitarse la vida, se cuida mucho de no revelar sus intenciones, pues no quiere que nadie se interponga en su decisión de matarse. Y en el caso de que lo confiese, difícilmente será convencido de cambiar sus planes.

Es una ligereza, un simplismo irresponsable y una gran injusticia, el sindicar a una persona o circunstancia, como la causa única o principal de un suicidio. Pues nadie se suicida simplemente porque esté frustrado, haya perdido su pareja, dinero o su trabajo. O porque haya cometido un error, le hayan hecho exigencias académicas demasiado fuertes, o porque lo hayan confrontado con algo desagradable.

Siempre hay variados componentes circunstanciales, biológicos, caracterológicos y/o emocionales que se confabulan y se suman para producir el desenlace fatal. Y termina no teniendo ningún éxito el que se le haya insistido que debía buscar ayuda o hablar sobre lo que estaba sintiendo.

Lo que siente el que queda a cargo de enterrar su muerto, es una mezcla de dolor psicológico, tristeza, estupor, confusión y sentimientos de culpa. Sumado a un sentimiento inconfesable de rabia hacia el suicida, que le hace preguntarse: “¿Por qué me hizo esto?”.