Por primera vez, un ministro y su jefe, el Presidente de la República, se negaron a acatar una medida disciplinaria que, según las normas vigentes, es de inmediato cumplimiento. Más allá de la justificación dada, el mensaje del Jefe de Estado llamó la atención porque cuestiona las investigaciones que adelantan los entes de control contra varios miembros de su entorno, puesto que, según su interpretación, hacen parte de un complot para sacarlo de la Casa de Nariño.
Como consecuencia de los reiterados choques del Presidente con la Fiscalía y la Procuraduría por investigaciones y medidas que afectan a miembros de su gobierno, de su familia y de su partido político, la Colombia Humana, Petro advirtió, mentirosamente, que en Colombia se orquestaba un “golpe de Estado bajo el manto institucional” y radicalizó su discurso contra los procesos que adelantan los organismos de control.
A año y medio de su posesión una cosa está clara: el balance del gobierno es muy pobre, por sus resultados, por desordenado e ineficaz, con un alto costo para el presidente y para Colombia. Petro debe poner orden en el gobierno, dedicar más horas a trabajar y menos a tuitear y comprender que si quiere hacer reformas, en democracia debe concertarlas, no imponerlas.
Reaccione, Presidente, que a usted no lo están tumbando ni los entes de control, ni los gremios económicos, ni los medios de comunicación, ni las Altas Cortes, ni los empresarios, ni la oposición, sino el golpe blando que usted y su entorno con tanta desorganización, ineptitud y escándalos se autopropinan cada semana.
El fracaso del gobierno de impulsar su programa y sus reformas sociales, es el resultado de su incapacidad de persuadir a la opinión pública y al Congreso sobre su importancia y conveniencia. La impopularidad presidencial está hoy en día asociada con los índices de inseguridad, la pésima capacidad de ejecución, la desaceleración de la economía, la presunta violación de los topes en su campaña presidencial y su demostrada ineptitud para gobernar.
El país está decepcionado con los resultados de este gobierno. Estos primeros 18 meses tienen como saldo un paquete de reformas mal concebidas, que busca su aprobación en el Congreso de la manera más vergonzosa, como es acudiendo a punta de prebendas sumar a los congresistas que no están en la oposición.
Las ambigüedades en el discurso de Petro provocan mucha resistencia al momento de adelantar reformas. A veces se torna conciliador y plantea el adelantar un gran acuerdo nacional. Pero en otros momentos llama a la radicalización para salvar al país: el pueblo en la calle está por encima del Congreso, las EPS tienen que desaparecer, hay que acabar con la producción de hidrocarburos, entre otros ejemplos.
Petro no supo sostener el control de la calle. Estaba tan convencido de tener ese poder que llegó a amenazar al Congreso con que, si no aprobaban sus proyectos de reformas, sacaba la gente para que “las defendieran en las calles”. Pero en cada convocatoria la respuesta fue más lánguida y le hicieron ver que sus reformas estaban lejos del apoyo popular que pensaba. El presidente sobredimensionó su poder.
Existe también en el país un ambiente de inseguridad como resultado del incremento de los homicidios, las extorsiones y el hurto violento. Esta situación la asocian a la existencia de una mano débil por parte del gobierno que favorece el delito. La percepción que hay es que existe una política que busca favorecer al delincuente más que al ciudadano común. Petro no hace más que premiar a los grupos guerrilleros con ceses del fuego y con suspensión de acciones militares y policiales en su contra.