En tiempos de elecciones como los que vive el país, la división retoma niveles llenos de riesgos y el afán de la competencia política lleva a que los candidatos flexibilicen sus líneas éticas, que es justamente donde más estrictos deberían ser.

Sus defensores, a su vez, en medio de las pasiones, también tienden a aceptar discursos más beligerantes hacia los contrincantes. Al terminar la época electoral, el desgaste y la división entre la ciudadanía colombiana es enorme y nada fácil de reparar. Pero las elecciones, las campañas y el debate democrático no tienen por qué cargarse de odio ni librarse desde el fango. Los dirigentes tienen una especial responsabilidad en tiempos como este, a la cual muchas veces le incumplen, para que la arena del debate siempre sea racional y sensata.

En ese sentido, cobra un enorme valor el gesto de candidatos a lo largo del país, quienes ante el camino fácil del insulto y la guerra sucia, deciden irse por el del respeto por su contrincante. Por lo general, quienes le apuestan a elevar el nivel del debate se enfrentan a muchos más obstáculos, mientras que sus contrincantes que practican el ‘todo vale’ suelen arrasar y llevarse gran parte de la atención.

En esta temporada se ha vuelto parte del lamentable panorama cotidiano que candidatos de lado y lado compartan con orgullo videos en sus redes sociales en los cuales alguno de sus contrincantes es abucheado o insultado en un evento público. No faltan los líderes, medios de comunicación y usuarios de las redes sociales que se sumen a la difusión de esos videos como si se tratara de un trofeo o un triunfo. Pero la realidad de fondo muestra todo lo contrario: la celebración de la degradación y de lo dañino solo convierte la política en un espacio menos seguro y más visceral.

Si bien, el abucheo siempre ha formado parte de las prácticas más antiguas de las masas en la política, que los dirigentes políticos lo celebren con orgullo cuando sus contrincantes son las víctimas demuestra lo increíblemente flojo y debilitado que está el debate público por estos tiempos. Los gritos, los insultos y la forma en que algunos políticos son increpados en las calles por personas que buscan su minuto de fama no son otra cosa que una enorme degradación de la deliberación política, donde el principal sacrificado es el argumento.

Los insultos en el debate público no tienen nada de valiente y, en cambio, sí contribuyen a reducir el nivel de la discusión. Esta moda del grito rabioso lleno de odio no es otra cosa que la manifestación de quien está completamente cerrado a escuchar a su contrincante, y también una muestra del poco nivel argumentativo que está dispuesto a ofrecer.

Son muchos los medios de comunicación y líderes de opinión que desde hace años han tomado la decisión de no dar bombo a los videos en los que algún líder político es increpado con insultos. Se trata de una decisión responsable de no dar relevancia a la necedad y a la degradación del debate público. Es más que necesario que también los candidatos y los dirigentes entiendan que, lejos de ser el triunfo que creen que es, celebrar esa derrota del debate respetuoso no tiene ni una gota de gloria.

Posdata: una vez más, el presidente sumó de todo en uno de sus extensos trinos en los cuales insiste en hablar de todo y de nada al mismo tiempo. Juntó a Barenboim, el Mossad, Habermas, el fentanilo, sus debates sobre paramilitarismo y la crisis climática. La impulsiva diplomacia twittera del gobierno ha sido verdaderamente desafortunada en medio de una crisis tan compleja y dolorosa, que debería manejarse con enorme responsabilidad y no desde la ligereza.