Parece que nunca habrá paz en el reino de los cielos, en la Tierra Santa. No obstante, debemos reflexionar si la fuerza, la violencia y la guerra son reprochables por sí mismos o, por el contrario, si admiten alguna justificación, a pesar de que Dios odia a todos los que amen la violencia.
Para algunos, la fuerza, la violencia y la guerra siempre deben ser excluidas de cualquier disputa o solución a un conflicto, sea este entre particulares o entre países o naciones. Para otros, son mecanismos válidos, siempre que se hayan agotado otras instancias de diálogo y conciliación y su ejercicio sea ponderado. Otros pocos equivocados las abrazan y admiten, sin que sea necesario agotar pasos previos o moderación.
En el ámbito particular, los ciudadanos nos despojamos de nuestro derecho a defendernos (salvo el derecho a la legítima defensa) y de buscar justicia por cuenta propia, bajo el entendido de que el Estado, ejerciendo legítimamente la fuerza, la violencia y la guerra, protege nuestra vida, honra y bienes. En el ámbito internacional, los países tienden a buscar mecanismos pacíficos de solución de conflictos. La fuerza, la violencia y la guerra son el último recurso. Primero se recurre al diálogo y al arreglo. Pero, ¿cómo debe proceder el Gobierno de una nación ante agresiones injustas? ¿Qué ocurre si la contra parte no es razonable y es una organización terrorista?
Pues en el caso de Hamás-Israel, la fuerza, la violencia y la guerra ejercidas por Israel contra Hamás en la franja de Gaza sí son mecanismos válidos para proteger a su pueblo, incluso si se usan de forma ofensiva para impedir una agresión futura. Deben ser el último recurso, como en efecto es el caso. El diálogo y la razón con Hamás son fútiles. La fuerza, la violencia y la guerra de Hamás a Israel no es justificable. Asesinar y secuestrar civiles, incluidos niños, es una barbarie. Ni las reivindicaciones históricas, ni las diferencias religiosas, justifican tamaño despropósito.
Ya no importa lo que pasó en el 48, el 68 o el 73. Ya no importa el contexto histórico o Yahvé y Mahoma. Israel es una realidad y solo quiere vivir en paz. Israel, sin embargo, debe mesurar y ponderar el ejercicio de la fuerza, la violencia y la guerra en defensa de los suyos. Aun cuando su ejercicio es justo, como en efecto lo es, y pueda incluso válidamente buscar la destrucción total del grupo terrorista Hamas, la población civil palestina en Gaza debe ser protegida y sufrir lo menos.
El pueblo israelí tiene el derecho de estar donde está. Su gobierno tiene un justo derecho a defenderse y hacer la guerra, incluso con ataques preventivos. No obstante, debe ser cauto. Su causa no es de venganza. Su causa es la paz.
Por ello, en el calor de los acontecimientos, la fuerza y la violencia excesivas pueden lastimar también, injustamente, a la población civil palestina en Gaza, convirtiendo una guerra justa en injusta y transformando la tierra en la que mana leche y miel en un verdadero infierno. Guerra sí, pero que sea justa.